PASAJE DE GUTIÉRREZ: “EL MÁS GRANDIOSO DE CUANTOS CONOCEMOS EN ESPAÑA”

Cuando en septiembre de 1886 se inauguró el Pasaje de Gutiérrez, la prensa local lo presentó como “El más grandioso de cuantos conocemos en España; más elegante y más espacioso que el magnífico con el que cuenta Zaragoza; no hay ni en Madrid ni en Barcelona, ni en Sevilla ninguno que con él pueda compararse”.

Seguramente sería una entusiasta y exagerada afirmación, pero lo cierto es que Valladolid recibió esta nueva calle con gran alegría: era una forma de incorporarse a la modernidad. Las principales ciudades españolas tenían sus galerías comerciales siguiendo la moda de las capitales europeas: París, Bruselas, Milán, Manchester, etc. Y Valladolid no se quedó a la zaga de esta nueva arquitectura urbana. Era una forma como, de nuevo según la prensa local, “desprovincializar la cultura local”.

La construcción de estos pasajes comerciales era, también, una forma de mostrar la industrialización de las poblaciones.

Pero ¿por qué el nombre de las galerías?  Eusebio Gutiérrez era  un rico hombre de negocios originario de Santander: tenía algunas industrias en Valladolid y era propietario de diversas casas y solares. Y es precisamente en una de aquellas casas, que daba a dos calles: antigua calle del Obispo y a calle Sierpes (actuales Fray Luis de León y Castelar –todavía queda una pequeña calle próxima a Castelar llamada Sierpes-), donde  Gutiérrez encargó al afamado arquitecto Jerónimo Ortíz de Urbina que hiciera una reforma del edificio.

Aprovechando la reforma de fachadas y de interior, se llevó a cabo la construcción del pasaje. Curiosamente, ningún documento se conserva en el Archivo Municipal de Valladolid que dé cuenta de la construcción de este pasaje: no hay ni planos, ni  permisos,  ni nada de nada. Esto lleva a la conclusión de que se hizo una obra saltándose la ordenanza de construcción aprovechando la licencia para reforma del edificio que se había solicitado en 1884. Da toda la impresión de que las autoridades municipales debieron hacerse los desentendidos, pues semejante obra no podía pasar desapercibida durante su ejecución.

Es el caso que la ciudad acogió aquella moderna calle con los brazos abiertos.  Y en la actualidad es una de las pocas construcciones de estas características que se conservan en España.

¿Quién era el arquitecto Jerónimo (o Gerónimo) Ortíz de Urbina?  Lo resumiremos diciendo que, junto con su hijo Antonio (que era maestro de obras), firmó muchas construcciones en las calles de Valladolid, especialmente en el centro y en la expansión burguesa de Miguel Íscar hacia la Estación del Norte. Sus obras más significadas son el desaparecido frontón de Fiesta Alegre (construido en 1894 en el solar que actualmente ocupa la Residencia Universitaria Santiago en la calle Muro) y el colegio San José (1885) en la plaza de Santa Cruz. Para algunos, el Pasaje Gutiérrez es su obra más señera. Desde 1998 está declarado Bien de Interés Cultural.

Avanzado el siglo XX el pasaje entró en decadencia, se cerraron diversos comercios y se abandonó el mantenimiento. Todo ello hasta que en 1986 los propietarios cedieron el uso del paseo al Ayuntamiento y este, a cambio, acometió la restauración del mismo siguiendo el proyecto del arquitecto Ángel Luis Fernández Muñoz.

… Pues a disfrutar un rato por el Pasaje de Gutiérrez.

 

Vistas generales del pasaje y su aspecto al anochecer con la iluminación decorativa que le instalaron en 2013.

 

El Mercurio. Se trata de un dios romano que se equipara con Hermes, de origen griego: mensajero de los dioses, encargado de llevar las almas de los fallecidos al más allá, símbolo de la abundancia y del éxito comercial. De ahí que se considere emblema del comercio. Por tanto tiene toda su justificación su colocación en el Pasaje Gutiérrez que, como sabemos, se construyó, precisamente, para albergar actividades comerciales. Esta escultura “Mercurio volador” es una copia de la realizada por  el escultor francés Juan de Bolonia (como Giambologna le conocían en Italia) en 1565 y que se conserva en el Museo del Bargello de Florencia. Al pie de la escultura figura el texto “Val D’Osné”, que delata su fabricación francesa.

 

Primer plano del  Mercurio cubierto con el petaso, sombrero que usaban los griegos y romanos para protegerse del sol y de la lluvia, especialmente en los viajes y en la caza. La escultura, sin embargo, ha perdido el caduceo, esa vara abrazada por dos serpientes, símbolo de la paz y la concordia que acompaña la figura de Mercurio. Véase, en comparación, el Mercurio que preside la entrada de la Facultad de Comercio, con su caduceo. La costumbre de representarlo con alas es porque también se le considera protector de los viajeros.

 

Esculturas, realizadas en terracota y muy deterioras,  que llevan la firma de  M. Gossin, Visseaux, París. Están puestas alrededor de Mercurio y  representan las cuatro estaciones del año, que por el orden de colocación son la Primavera (a la derecha de Mercurio) y sucesivamente siguiendo al revés de las agujas del reloj, el Verano, el Otoño y el Invierno. La del verano, hasta no hace tanto incluso portaba una hoz de hierro en su mano derecha.

 

Un detalle de gran belleza son el niño y la niña que sostienen el reloj en el balconcillo. Su fabricación lleva también la firma de M. Gossin, que demuestra el intento de traer a Valladolid el gusto que inspiraba las galerías parisinas. En este balconcillo parece que en ocasiones se celebraban  conciertos de música en los años de esplendor del pasaje.

 

La cubierta está construida con tejas de vidrio procedentes de la Real Fábrica de Cristales de la Granja, lo  que demuestra el interés en hacer una construcción cuidada en todos sus detalles.

 

Los techos del pasaje están decorados con pinturas de Salvador Seijas en las que se presentan diversas alegorías. Por orden de  las imágenes de arriba a abajo: la Agricultura, Apolo, la Primavera, el Comercio y la Industria.  Seijas (profesor de dibujo de la Escuela de Bellas Artes de Valladolid)  fue pintor muy reconocido en  Valladolid en su época y destacó por la pintura decorativa.

 

Los espejos que hay sobre las entradas de los establecimientos  se instalaron en la reciente restauración con el fin de sustituir los antiguos letreros de los numerosos comercios que estaban cerrados.

 

 

La puerta que da a la calle Fray Luis de León lleva la fecha de 1885 (cuando se inició la obra), y la de Castelar, la del año siguiente, cuando se inauguró el pasaje. Hay que fijarse, también, en las fachadas, que son completamente distintas y de una rejería muy cuidada.

 

Detalle de las puertas, decoradas; y de un capitel en el interior de uno de los locales del Pasaje.

 

Fotografía de la década de 1970 en la que se aprecian locales cerrados y la ausencia de la estatua de Mercurio. Eran años en los que se arrastraba el abandono del pasaje y la falta de comercios interesados en establecerse en el mismo (imagen tomada del Archivo Municipal de Valladolid).

 

PRINCIPALES FUENTES CONSULTADAS: Guía de Arquitectura de Valladolid, coordinada por Juan Carlos Arnuncio Pastor; El Valladolid de los Ortiz de Urbina, de Fco. Javier Domínguez Burrieza; Desarrollo urbanístico  y arquitectónico de Valladolid (1851-1936), de Mª Antonia Virgili Blanquet; Escultura pública en la ciudad de Valladolid, de José Luis Cano de Gardoqui García; y Archivo Municipal de Valladolid.