A LA LUZ DE LOS CANDILES

“En esta casa cueva nací yo, y vivió mi abuela hasta el 53”, comenta Trini, de Cabezón de Pisuerga, y continúa: “Abajo en el pueblo hicieron una promoción de cuarenta y tantas viviendas para que las ocuparan las familias que vivían aún en las cuevas. Es decir, que unas 40 familias de Cabezón aún habitaban en cuevas hasta mediados del siglo pasado”. Las condiciones no eran precisamente cómodas. El agua había que ir a buscarla al pueblo y no había electricidad. “Con candiles se iluminaban las casas y se blanqueaban con galanos”, añade Trini. El galano salía de la misma greda, de las paredes de la cueva. Son como los cristalitos de yeso, que se ponían a la lumbre y esponjaban una enormidad. “Luego se disolvían en agua y proporcionaba una blancura excepcional y muy duradera, como no la he visto nunca con otros productos”, comenta Alejandro, marido de Trini y conocedor del oficio de la pintura.

 

Cuando se abandonaron las cuevas, se dinamitaron sus entradas, para que no volvieran a ocuparse. El Ayuntamiento daba casa por cueva y se supone que debían quedar definitivamente abandonadas. En aquellos años estas casas  se consideraron infraviviendas, “Aunque las cuevas son cálidas en invierno y frescas en verano”, da fe Trini. No obstante, en la actualidad  incluso se piensa en acometer la tarea de  rescatar algunas de estas casas como muestra de arquitectura tradicional, sobre todo en estos tiempos de tanto interés por el turismo rural.