VALLE DEL BOTIJAS

El río Botijas recorre veinticuatro kilómetros desde su nacimiento hasta que desemboca en el Duero, en  Peñafiel. Mientras tanto, traza un pequeño valle que une las provincias de Valladolid y Segovia, lamiendo con sus aguas cuatro pueblos que no por pequeños carecen  de historia e interés.

Por Madres se conoce la turbera que recoge aguas en cantidad suficiente como para formar el caudal del Botijas. Esta turbera, sobre todo en verano, hace casi imposible que se vean las aguas que embalsa, pue bajo el lujurioso manto verde hay profundidades que superan el metro de agua. El paraje es accesible pero exige un poco de prudencia para no meter el pie donde nos podemos topar con el agua.

Y sin más preámbulos, vamos a iniciar nuestro recorrido por el Botijas, territorio del  mítico “El Empecinado”.

Cuevas de Provanco es el primer municipio de la provincia de Segovia una vez que atravesamos Castrillo de Duero viniendo desde Peñafiel. Cuevas es un pequeño pueblo que trepa las laderas que desde el valle se encarama hacia el páramo de Corcos, donde está la raya con la provincia de Burgos. En lo alto de municipio, restos de una fortificación.

 

Hasta las Madres podemos ir en una caminata siguiendo el valle desde Cuevas. Un paseo de unas cuatro horas entre ida y vuelta. O acortarlo tomando la carretera que parte de lo alto del pueblo hasta que nos topemos en una curva con unas viejas corralizas. En este punto descendemos hasta las Madres en un paseo que apenas nos lleva tres cuartos de  hora en total.

 

Reiniciamos el regreso por la carretera que nos devuelve a Peñafiel. Vamos a parar en Castrillo de Duero y a caminar un rato por sus calles. El punto más elevado es su iglesia (del s. XVII sobre restos del XII),  mirador que ofrece magníficas vistas del valle. Al otro lado del Botijas está la planicie del Cuchillejo, el punto más alto de la provincia de Valladolid… ¡nada menos que 933 metros de altitud!

 

Castrillo tiene varias casas blasonadas del siglo XVII y XVIII de piedra bien labrada, lo que nos habla de un pasado noble y muy próspero. Un cernícalo descansa sobre uno de los escudos nobiliarios  de la localidad.

 

La plaza del Ayuntamiento está presidida por una escultura de “El  Empecinado”. Fue un soldado de mítica historia nacido en Castrillo y  que alcanzó la más alta graduación militar luchando contra los invasores franceses. De origen humilde,  destacó por su fuerza, decisión e inteligencia. Terminó sus días ajusticiado por orden del taimado Fernando VII porque aquel militar de raza no se plegó a los intereses del malvado rey que traicionó la Constitución de Cádiz y restauró parcialmente la Inquisición, entre otras lindezas. Nada claro está el origen del apodo “El Empecinado” por el que se conoció a Juan Martín Díez: ¿por su tez oscura? ¿por sus firmes ideas? ¿porque en este lugar el Botijas se caracteriza por la pecina que se forma? El autor de la escultura es el vallisoletano Luis Santiago Pardo.

 

Iglesia de Olmos de Peñafiel que, como la Castrillo, conserva restos románicos, lo que habla de la antigüedad de estos municipios del Botijas. Molino ahora convertido en Museo de la Harina y la Miel que mantiene intacta su maquinaria.  Hay que concertar la visita.

 

Eremitorios: cuevas en las que  oraban monjes que se apartaban durante una temporada del mundo conventual.

 

Mélida: en lo alto de este pequeño municipio de apenas 60 habitantes,  fuente del siglo XIX con el escudo de Peñafiel. Este valle es rico en aguas que vienen de las llovedizas recogidas en los páramos calizos que le rodean.

 

Y el roquedo de Peñafiel se perfila al final del valle que hemos recorrido siguiendo el humilde Botijas,  pero cargado de historia. Habremos observado que en su último tramo hay  viñas y bodegas del afamado vino Ribera de Duero.

EL CUCHILLEJO, TECHO DE VALLADOLID

EL PICO CUCHILLEJO, SITUADO EN UNA PLANICIE A 933 METROS DE ALTITUD, BIEN MERECE UNA CAMINATA

 El Cuchillejo es el punto más alto de Valladolid. No carece de atractivos la caminata que, desde Castrillo de Duero, hay que hacer para llegar hasta el vértice geodésico que marca el techo de la provincia.

 El camino más interesante parte desde las afueras del pueblo, en dirección a Cuevas de Provancos, donde como a trescientos metros se cruza el cauce del Botijas y comienza una ascensión por la ladera del Cuchillejo. Poca pérdida tiene el camino,  pues de lo que se trata es de seguir siempre hacia arriba.

 Pasará el camino hacia el Cuchillejo junto a un manantial tradicional llamado  “fuente de  Covachuela”, recientemente remozado con unos pilones de ladrillo. La marcha llega al pago de la Robleñada. “La ladera del Cuchillejo que da a la fuente es la Robleñada. Así se ha conocido siempre el paraje en el pueblo, digan lo que digan los mapas”, afirman en Castrillo. E insisten, “el Cuchillejo  es el páramo de arriba, y allí está el vértice geodésico.” Y terminan argumentando con contundencia “¿Pero no se ha fijado donde están los pocos robles que hay en el camino? Pues en la Robleñada, cerca de la fuente”.

 Llegados al páramo no queda sino continuar el sendero teniendo ahora como lejano acompañante el cordal de la sierra de Guadarrama que, con toda nitidez, se dibuja en el horizonte.  Aquí arriba, junto a los cultivos tradicionales que habremos de encontrar, como son los cereales, destacan  las extensas plantaciones  de lavanda, trufadas con alguna parcela de romero (si es que la excursión se hace en verano).

 “Estos cultivos son relativamente recientes”,  comenta Mariano, un señor de hondas raíces familiares en el pueblo. “Aunque siempre hubo aquí tradición de recoger la lavanda que crecía de forma espontánea en el campo, se ataba en ramilletes y se bajaba al pueblo para hacer aceites destinados a perfumería”.

 Rebasadas las largas hileras de lavanda y romero, y después de una hora de caminata desde Castrillo, pronto se verá a mano derecha el solitario hito del Pico Cuchillejo junto a un montón de piedras en medio de unas tierras cultivadas. En apenas cien metros se puede uno encaramar en la base de hormigón  y, a poco que nos fijemos dirigiendo la vista hacia el lugar en el que debe estar Peñafiel,  dando la espalda al Guadarrama, se verá, en efecto, que la posición está por encima de la torre del homenaje de su castillo: estamos en el “techo” de Valladolid. Un techo que marca sólo una diferencia de poco menos de trescientos metros respecto a Villafranca del Duero, al otro extremo de la provincia donde el Duero abandona las tierras vallisoletanas a 654 metros sobre el nivel del mar.

 La vuelta puede hacerse por el mismo camino, o buscando otros con el único sentido común de ir descendiendo de nuevo hacia Castrillo de Duero.