“Las campanas de San Pablo / han cesado de tocar. / De pie, los procuradores / se yerguen para mirar / al rey postrado de hinojos / a la izquierda del altar. / El de Burgos, por las Cortes / la ha comenzado a exhortar: / Si nos hallamos reunidos / es por haceros jurar / los fueros y libertades / que tendréis que respetar”
Así comienza Los comuneros, ese bello poema que escribiera en su día Luís López Álvarez, del que Vicente Aleixandre dijo que era “un poeta muy castellano, uno de los más castellanos que existan en nuestra lengua”. Y continúa Aleixandre: “ha conseguido algo que parece hoy casi imposible: el remozamiento de una épica”.
Publicado por primera vez en 1972, Los comuneros relata los acontecimientos y escenas principales de la Guerra de las Comunidades desatada cuando muchas ciudades españolas se levantaron contra las imposiciones de Carlos I.
Sostiene el historiador Enrique Berzal que “los especialistas más renombrados en la materia convienen en aplicar al movimiento de las Comunidades de Castilla el calificativo de revolucionario por su potencial radicalmente transformador del orden social y político del momento”. Y que se trata de un episodio, mitificado es verdad, que cumplió una función decisiva “en el proceso de construcción de la identidad nacional española a partir de 1808”.
Fueron unos acontecimientos que estuvieron muy presentes en el debate político de la España del Romanticismo y en el discurso de construcción de la identidad de la Nación Española.
La Guerra de las Comunidades trasciende la épica de la derrota comunera en Villalar y el marco actual de Castilla y León, pues se trató de una auténtica guerra de alcance nacional. En ella intervinieron multitud de personajes, intereses e intrigas, lo que implicó a numerosísimas poblaciones de toda la geografía española.
Y termina el poema de Luis López Álvarez: “Desde entonces, ya Castilla / no se ha vuelto a levantar, / en manos del rey bastardo, / o de regente falaz, / siempre añorando una junta, / o esperando a un capitán”
Pues bien, vamos a pasear por los lugares que fueron escenario de aquella guerra. En el relato no nos vamos a detener en los variados factores que influyeron en aquel movimiento revolucionario que, incluso, tuvo elementos de política internacional. Simplemente, con el pretexto del 23 de abril, día del mes del año de 1521, vamos a recorrer municipios y paisajes vallisoletanos de aquella gesta comunera, siguiendo, muy resumidamente, sus principales acontecimientos.
Corría el año del Señor de 1520…
… Y ocurrieron muchas cosas
El pueblo de Toledo se subleva ante la prohibición de Carlos I de que sus representantes se unan a otras villas para oponerse a las intenciones del monarca: su traslado a Alemania para ser proclamado Emperador, pagar impuestos para costear la aventura real y ver cómo garantizar el gobierno de España en ausencia del rey.
En Valladolid los sublevados tratan de impedir que Carlos I se traslade a Santiago de Compostela para celebrar las cortes que sancionen sus pretensiones. Una vez abiertas las cortes, que luego se suspendieron, Córdoba, Jaén, Madrid, Murcia y Toro se oponen, y Toledo y Salamanca estuvieron ausentes.
En Segovia, Zamora, Guadalajara, Burgos y otras poblaciones explotan contra el rey y en Tordesillas es ajusticiado Rodrigo, por haber votado a favor del rey en La Coruña.
En Ávila se constituye la Santa Junta del Reino (una especie de Gobierno revolucionario) en la que participan delegados de Segovia, Salamanca, Toro y Zamora. Gentes de otras poblaciones asistieron pero sin ser representantes oficiales de sus municipios. Pedro Lasso de la Vega es elegido presidente de la Junta y Juan de Padilla nombrado jefe de las tropas comuneras.
Aquella Junta, que no fue un arrebato rebelde sino el resultado de un proceso político organizado y meditado, aprobó la denominada Ley Perpetua de 1520 que ahora cumple quinientos años, redactada en Ávila por los procuradores castellano. Muchos historiadores la consideran el primer antecedente histórico del constitucionalismo español.
Ni más ni menos abordó asuntos tales como las competencias de los diputados de los concejos, la independencia judicial, preceptos que garanticen la libertad individual y los derechos de las personas, los derechos de nacionalidad, un orden económico al servicio del reino y hasta estableció una Hacienda pública.
El día 21 de agosto, las tropas reales se presentan en Medina del Campo para tomar la artillería con la que atacar a la ciudad de Segovia. Los medineses, conocedores de antemano de la presencia del ejército del rey habían desmontado las piezas artilleras, y apiladas en la calle las rodearon con sus cuerpos las mujeres y hombres afines a la causa comunera.
Pensaron los realistas que los defensores saldrían huyendo si prendían fuego a Medina, pero no se amedrentaron los comuneros y las tropas de Carlos I tuvieron que retirarse sobre todo cuando las llamas, que destruyeron buena parte de la villa, alcanzaron el convento de San Francisco, donde los comerciantes medinenses guardaban sus posesiones. Tres días después, Padilla entró en Medina al frente de sus tropas.
Al saberse la noticia del incendio de Medina, se sumaron a la causa comunera las poblaciones de Palencia, Cáceres, Badajoz, Sevilla, Jaén, Úbeda y Baeza.
En recuerdo de aquella epopeya llevada a cabo en los primeros tiempos de la Guerra de Comunidades, en Segovia hay una plaza que lleva el nombre de Medina del Campo, y en esta villa a otra plaza se la llamó Segovia.
Aquel mismo agosto, los jefes comuneros parlamentan en Tordesillas con doña Juana y la Santa Junta se establece en esta villa, hasta que en diciembre cae en manos realistas.
Entonces la Santa Junta se traslada a Valladolid y se reúne en el convento de San Pablo: nombra a Pedro Lasso de la Vega jefe de sus tropas, pero el l pueblo, descontento, exige que sea Padilla el que esté al frente de las mismas.
Llega el año de 1521…
… Valladolid se convierte en el epicentro de la confrontación entre Comuneros y Realistas.
Las tropas comuneras toman Mucientes.
Padilla destruye la fortaleza de Cigales.
En febrero Padilla sale de Valladolid y por Zaratán marcha con sus tropas hacia Torrelobatón. Se debilita la rebelión comunera pues Granada, Cádiz y otras ciudades andaluzas juran fidelizad al rey.
Padilla logra, después de tres días de combate, hacerse con la fortaleza de Torrelobatón. Se suceden numerosos episodios en poblaciones de La Mancha: el obispo Acuña, con sus tropas comuneras, se hace fuerte en Toledo, donde reside la María de Pacheco, esposa de Padilla, apodada “la leona de Castilla”.
El 15 de abril los nobles acampan en Peñaflor de Hornija y reciben importantes refuerzos.
Aquel fatídico día 23 de abril, día de San Jorge…
Al mando de Padilla, el ejército comunero sale de Torrelobatón hacia Toro. Fue interceptado por las tropas reales y en un terreno embarrado próximo a Villalar se inicia una corta pero intensa batalla. El paraje se conoce como Puente de Fierro sobre el arroyo de los Molinos.
Al caer la tarde las tropas comuneras son derrotadas y sus capitanes conducidos al castillo de Villalba de los Alcores.
Al día siguiente los jefes comuneros son condenados a muerte. Juan Bravo y Juan de Padilla fueron decapitados al amanecer. Horas más tarde también cayó la cabeza de Francisco Maldonado. Cuando Juan Bravo oyó decir el pregón previo a la decapitación, se volvió al verdugo y le dijo que mentía él y quien le mandó dar el pregón, pues no eran traidores sino “celosos del bien público y defensores de la libertad del Reino”.
El 25 de octubre las tropas comuneras se rinden en Toledo.
Sigue la historia…
El 1 de octubre de 1522 Carlos I promulga en Valladolid un “perdón general” excepto para 293 comuneros. Entre finales de septiembre y primeros de octubre de 1522 son decapitados en Tordesillas siete procuradores, Pedro Maldonado en Simancas y el dirigente comunero Villoria, en Salamanca.
Cuatro años más tarde…
En Simancas ocurrió el 24 de febrero de 1526: el obispo Acuña, que permanecía prisionero, intenta huir, pero no lo consigue, y apresado de nuevo, el 24 de marzo fue ajusticiado a garrote vil y colgado su cuerpo en las almenas del castillo.
POSDATA: Tras la degollación, los gobernadores no permitieron que el cuerpo de Padilla fuera entregado a su viuda María de Pacheco, para evitar que sus restos fueran recibidos en Toledo como un mártir y alimentara la causa comunera aún viva en tierras manchegas. No hay certeza de donde descansas sus restos, pues se sabe que se dio autorización para que fueran enterrados en el monasterio de los padres jerónimos de la Mejorada, sito en el término de Olmedo, pero no hay certeza de que esto se cumpliera y por tanto su cadáver permaneció en Villalar.
El caso es que una vez que definitivamente los comuneros rindieron Toledo, el cuerpo de Padilla ya no fue reclamado por nadie, y nada se sabe de su paradero.
Los restos del monasterio, en parte recuperados por el afamado arquitecto Moneo, y sus tierras, ahora están convertidos en una explotación agrícola donde, entre otras cosas, se produce un excelente vino. Se puede visitar, pero por si acaso mejor de día, pues cuenta la leyenda que el espíritu de Padilla vaga por el monasterio, pesaroso y añorante de su esposa.