DONDE SE GUARDABA EL GRANO

Los pósitos, cillas, alhóndigas, paneras  o graneros han cumplido una función importantísima para garantizar semilla y grano en tiempos de escasez. Los pósitos han contribuido a evitar hambrunas y  a asegurar la siembra. Ya del agua de las nubes dependía que el trigo escasera o fuera abundante cada año. Pero, para paliar las penurias estaba el pósito.

Dejemos sentado una cosa. No significan exactamente lo mismo los cinco vocablos que más arriba he empleado, pero los vamos utilizar sin distinguir,  porque incluso en el lenguaje popular se denominan de una forma u otra indistintamente, y dependiendo de localidades.

Si no todos, sí casi todos los municipios vallisoletanos han tenido pósito en algún momento de su historia (en diciembre de 1499, en Valladolid se encarga a dos regidores que estudien  donde hacer la alhóndiga nueva), y algunos varios. Podían ser públicos o privados, gestionados por el Concejo o por una orden religiosa. Estos últimos se llenaban sobre todo con el llamado “diezmo”, que era ese impuesto obligatorio por el que cada agricultor entregaba a la iglesia la décima parte de su producción. Pero no nos engañemos, el grano del pósito no se regalaba, sino que se vendía o se prestaba al agricultor, y lo podía pagar en metálico, o en especie devolviendo lo recibido con algún interés añadido.

Eran, y son, edificios rotundos, robustos, generalmente de piedra, con escasos o ningún ventanal, con una puerta escueta, lo justo para las labores de trasiego del grano. Tenían que estar lo más aislados posible para evitar humedades y roedores, los dos principales enemigos de los pósitos. Y la entrada debía estar bien candada para evitar robos, pues su expolio  podía ser una catástrofe para la población. positos

Se comenzaron a conocer en la Edad Media, pero posiblemente la época de mayor actividad estuvo en torno a los siglos XVII y XVIII. Y su rastro ha llegado muy vivo hasta nuestros días. Es fácil que preguntando  en cualquier localidad acerca de donde estaba el pósito, se nos indique sin titubear donde está todavía, o donde estaba. Algunos de ellos se han reconvertido para otros menesteres.

Hay otros términos sinónimos de pósito, o relacionados con el almacén de grano, que son: trox, o troxe (en el relato de una de las inundaciones que sufrió Valladolid en el s. XVI dice que el agua no dejó bodega, ni casa, ni trox sin destruir).  También está el término troj, troje, o troja: una  calle Panera hay en Valladolid, que confluye con calle Troja. Aunque en realidad troxes o trojes son los compartimentos de la panera.

Calle o plaza del Pósito hay en Megeces, Valdestillas, Tordesillas, Ceinos de Campos, Cogeces del Monte, Vega de Ruiponce, Castroverde de Cerrato, Palazuelo de Vedija, y Tiedra, donde todavía se conserva el edificio.

Dos viejos pósitos aún conserva Medina de Rioseco, uno del siglo XVI en el Corro del Asado, que terminó siendo un orfanato (El Torno), y otro sin datar en la Avd. de Castilviejo. Y también Rueda, en el interior de la casona donde está la actual Estación Enológica, conserva un pósito.

Calle Panera hay en Castrodeza, municipio donde aún se puede ver la construcción del pósito. (En la foto de este artículo).

Calle  Cilla o de la Cilla tienen  Matapozuelos, Montealegre,  La Parrilla, Aldea de San Miguel, La Pedraja de Portillo y Castrejón de Trabancos. Una casa conocida como de la Cilla hay en Viloria y otra en Villacarralón (que conserva una noble fachada).

En  La Seca están los soportales  de la Cilla. Y calle Granero hay  en Barruelo del Valle y Villabrágima.

En fin, pregunten en los pueblos por el pósito, la cilla o la panera,  y enseguida les dirán ¡velay!

EL PODER DE LOS ENRÍQUEZ. MUSEO CONVENTO DE SAN FRANCISCO, MEDINA DE RIOSECO

«¡Paz y bien¡ Con el saludo de nuestro Padre san Francisco os damos la bienvenida a esta casa. Por obligada cortesía -que por humildad no debiera-, me presento a vuestras mercedes: mi nombre de religión es fray León de Villanueva, y mi oficio de obediencia, el de guardián de este convento franciscano.»

En este punto y de esta manera se inicia una visita al convento de san Francisco, un edificio terminado en 1520 gracias al mecenazgo de D. Fadrique Enríquez, el más grande de los  Enríquez, Almirantes de Castilla. El  recorrido por el museo está conducido por un audiovisual de gran potencia plástica y musical, que lleva al visitante por las capillas y rincones en los que se van mostrando las piezas de la colección de acoge el museo. Un museo que alberga un importe número de obras de arte procedentes de las parroquias de Medina de Rioseco, así como piezas que dan fe de la importancia política y comercial que también tuvo la ciudad. No debe olvidarse que los Enríquez, familia grande y poderosa, estuvieron emparentados con los Reyes Católicos, con la Casa de Alba y con los Cologna de Sicilia.

En algún momento el visitante tendrá que mirar  hacia arriba para contemplar la espléndida cúpula  bajo la que están las tumbas de los Almirantes, pero, sobre todo, hay dos estatuas orantes de bronce dorado que representan a Dª Ana de Cabrera, esposa de D. Fadrique, y a su cuñada, Dª Isabel de Cabrera. Ambas frente a un retablo barroco del siglo XVIII. El paso del tiempo ha arañado sus rostros que no ha sido posible, ni necesario, restaurar por completo.

TERRACOTAS, COBRES Y MARFILES

A ambos lados del retablo están instalados dos grupos escultóricos únicos en el mundo: san Jerónimo  y san Sebastián. Reside su singularidad en que se trata de las dos únicas piezas de barro cocido y policromado a tamaño natural que modeló Juan de Juni, allá por el año de 1537. Otras piezas pequeñas en barro tiene el escultor, pero muy lejos de la magnificencia de estas, de entre las cuales destaca especialmente el rostro y cuerpo retorcidos de san Jerónimo.

Platerías, marfiles hispanofilipinos del siglo XVII -cabe advertir sobre una cajita de estilo cíngaro-portugués que representa escenas del Mahabarata-, alabastros, y otras diversas piezas, conducen hasta una colección de ocho cobres del siglo XVII que esmaltaron y cocieron los artistas flamencos Gerard Seghers y Gabriel Frank copiando los cartones de pinturas de Rubens.

Transcurridos unos 45 minutos, que es lo que suele durar la visita, la misma voz que recibió al visitante, le advertirá: «Aquí os dejamos, en estos corredores, en estas galerías donde los santos os trasladarán, en alas de la piedad y de la belleza, al pórtico de la gloria. ¡Paz y bien!»

Buena  idea es completar el recorrido por este museo con la visita a la iglesia de Santa María de Mediavilla, en cuya sacristía estaban antes las obras de arte ahora expuestas en el museo, y donde también está una espectacular reja del XVI perteneciente anteriormente a este convento de San Francisco. Y de paso, allí se podrá contemplar la famosa capilla de los Benavente, un frenesí de colores, motivos geométricos, figuras y grutescos que se ha llegado a conocer como la «capilla Sixtina de Castilla».

ALGUNOS DATOS

LUGAR: Paseo de San Francisco, 1. Medina de Rioseco

COLECCIÓN: Expuesta en un edificio del siglo XVI que llegó a estar totalmente hundido pero que ha tenido una magnífica restauración y del que ahora es propietario el Ayuntamiento de Rioseco.

VISITAS: De 11 a 14 y de 16 a 19 en invierno; en verano el horario de tarde es de 17 a 20. Pases visita guiada, cada hora. Cierra los lunes, excepto que coincida con fiesta nacional. Teléfonos 983 725 026. Muy aconsejable que la visita se haga de acuerdo con la propuesta audiovisual.

WEB: www.museosanfrancisco.es

UN PASEO POR LOS MURALES DE SIERRA ( II)

LA MANO NEGRA

Decía hace una semana que Manolo Sierra ha ido configurando su particular geografía vallisoletana a base de pintar paredes de colegios, salas de bailes, bibliotecas, plazas de pueblos y tapias urbanas.

Pero antes de hacer un repaso  de algunos murales  que aún se conservan en buenas condiciones, y dejar que cada lector o lectora decida visitar aquel o aquellos que más le puedan apetecer, es necesario recordar un par de cosas. La primera es que no todos los murales llevan la firma de Sierra, pues  en alguno de ellos el peso de la participación colectiva le hace acreedor (contando con la generosidad de Manolo) de que muchas personas se sientan autoras del mismo, tal es el caso del mural de la calle Fuente el Sol, del barrio de la Victoria, que reivindica la necesidad de huertos urbanos en Valladolid. Y la otra, es que Sierra usó en bastantes ocasiones un seudónimo: la mano negra, y por tanto en algún mural (al igual que ocurre en carteles que han salido de sus lápices) se verá estampada en la pared a modo de firma una mano negra, como ocurre, por ejemplo, en el de Valdestillas y en el de Viloria. La mano negra es un homenaje a  los jornaleros de Casas Viejas que fueron asesinados en el siglo XIX por reivindicar sus derechos. “Tal como están las cosas, tal vez tenga que volver a emplear esta firma”,  comenta Manolo.

Dicho todo lo anterior, y tirando de memoria y hemeroteca, vayamos sin más dilación a proponer algunos lugares en los que se pueden ver murales de Manolo.

ESFERAS, PÁJAROS, ESTRELLAS…

Las paredes de Serrada ya solo conservan, en las inmediaciones de la plaza Mayor, un mural de los siete que hubo: representa una panorámica de edificios de la localidad. No obstante, el mural ha sido retocado por el propietario de la casa en la que está pintado.

En Viloria, junto a las escuelas en la calle Cogeces, una paloma posada en el ramaje de un árbol contempla un arco iris que se preside todo el paisaje. (la fotografía es de Dori Montalvillo)

El antiguo teatro municipal de La Cistérniga, en la Ronda de Fuente Amarga, está casi encintado por un largo mural que se ha ido haciendo en sucesivos años, algunos de cuyos tramos son  producto de diversas promociones de alumnos de talleres de oficios: desde una gran dulzaina hasta un proyector de cine, se pueden ver objetos y temas muy variados.

Una enorme pared de Tudela de Duero sita en la calle o plaza de La Luna rinde homenaje a las víctimas del franquismo. Un mural lleno de colorido que envuelve los huesos de quienes fueron arrojados a las cunetas, en el que no faltan las señas de identidad de Sierra: los colores republicanos portados por un pájaro, las esferas suspendidas y la estrella de cinco puntas.

El exterior del Centro de Estudios Vacceos sito en Padilla de Duero, ofrece un amplio y bien conservado mural alusivo al contenido del edificio: dibujos esquemáticos  de vivos colores…

… Y el carro rojo que asomará en La Santa Espina, la próxima semana…

UN PASEO POR LOS MURALES DE SIERRA (I)

A LA LUZ DE LOS TRACTORES

Los murales que yo hago son voluntad de los otros, de quienes los encargan, no del artista. Es el resultado de una liturgia colectiva”, me dijo Manuel Sierrauna de las tardes en las que ya  hace unos años estuvimos memorizando los murales que había ido pintando por Valladolid. “El artista es un instrumento”, comentó, y que por eso a él le gusta hacer participar a las personas, pues  “ellas hacen encargos con algún motivo: la fiesta, una tradición, un paisaje, una evocación o una reivindicaciónla pintura mural no es como la de caballete, es un trabajo colectivo”. Tan es así la implicación en  muchas ocasiones que “la gente me lleva bocadillos y refrescos e incluso me llegaron a ofrecer una habitación donde dormir la siesta”.

A continuación Manolo se percata de que un buen número de  murales había partido de la iniciativa de maestros y profesores de colegios e institutos “rurales sobre todo”, de organizaciones campesinas y de colectivos ecologistas, amén de unos cuantos amigos que le han ofrecido paredes de sus casas, bodegas o paneras para dejar constancia de sus inquietudes. Uno de los primeros murales que pintó y que ya no existe fue en Peñafiel: “en una sola noche, a la luz de los faros de los tractores, en una pared de la GOAG pintamos un homenaje a unos activistas campesinos que habían fallecido en accidente de tráfico”.

Y algunos otros murales interiores han desaparecido porque sobre ellos se ha vuelto a repintar por otros autores, tal es el caso de algunos locales como el bar Los Charros, el Borsalino o las Galerías Campo Grande, todos en Valladolid.

Los murales de Sierra muestran un amplio abanico de temas en los que reivindica el ecologismo, la paz,  la libertad –esas ventanas abiertas que son casi una firma del artista-, el fomento de la cultura -¡hay tantos libros en sus murales!-, el feminismo, los ideales republicanos… y, también, la fiesta.

Además, sus murales son, también, una ocasión para rendir homenaje a  personas o colectivos para él queridas y admiradas, por eso, cuando se esté ante mural de Sierra, no sirve solo contemplarlo en vista panorámica: hay que acercarse y buscar, entre las figuras y los colores, un nombre, una leyenda, una fecha…

 LA CANTINA DE LOS OBREROS

Unos cuantos murales están en el interior de edificios o espacios cerrados, aunque algunos se pueden ver desde la calle. De todos estos murales podemos apuntar los siguientes: salón de baile en Valdestillas, y en  La Seca –“donde las flautas cuelgan de los árboles”– ;  colegios e institutos  públicos en Villalón de Campos –“contra la guerra de Irak”-, Iscar –“representa la riqueza de los pinares”-, Esguevillas de Esgueva, Valladolid –biblioteca del colegio Miguel de Cervantes, y vestíbulo del instituto Ferrari-… Un buen  ejemplo de mural interiores es el que decora la cantina de los trabajadores de los talleres de RENFE en Valladolid. Otro puñado de murales se ha perdido o se encuentra en muy malas condiciones de  conservación  bien porque la pared fue derribada, bien porque la intemperie los deterioró (tal es el caso del antiguo  colegio Jacinto Benavente de Valladolid, el de Quintanilla de Arriba o el de Villalar de los Comuneros,  o los de Serrada, por citar algunos). Pero así nació la obra “para que dure lo que le toque y punto, sin más pretensiones de perpetuarla en el tiempo, aunque a veces  el paso del tiempo mejora y fija los materiales y colores… por ejemplo cuando el liquen se apodera de las grietas de la pared donde está el mural y termina por formar parte del mismo, añadiéndole un valor interesante”, añade Manolo sobre sus murales… “y de  pensar en recuperar algún mural no se trataría tanto de restaurarlo tal cual, sino de actualizarlo, de proyectarlo de nuevo, buscando claves actuales a partir del  porqué y para qué se pintó en su momentoqué ha ocurrido desde entonces y cómo hay que interpretar ahora las causas que inspiraron el mural”.

 En una próxima entrega trataré de hacer un listado de algunos murales  que resisten el paso del tiempo, y dejo al lector o lectora que escoja visitar aquel o aquellos que más le puedan interesar, teniendo en cuenta, también, el lugar en

CUEVAS VALLISOLETANAS

Valladolid no puede presumir de cuevas naturales, por lo que bien poco merecería la pena siquiera comentar sobre este tema. Pero a fuer de tener un buen conocimiento de las condiciones geomorfológicas de las comarcas vallisoletanas han de citarse las cuevas de Valdelaperra y la sima del Pinar, en Aldealbar.

Las incursiones que la Unión Espeleológica Vallisoletana ha realizado en oquedades susceptibles de tener algún interés,  indican que la angosta cueva de Valdelaperra, cuya boca está en un pequeño roquedo calizo (cantil) que  mira al arroyo de Valdecascón, en el término de Cogeces del Monte y no muy lejos del monasterio de la Armedilla, apenas llegará a medir unos cien metros y su interior no ofrece nada interesante –foto que ilustra el artículo-. Eso sí, desde su entrada se puede disfrutar de un espléndido paisaje.

Otra cueva, sita en un pinar del término de Aldealbar, tiene alguna mayor complejidad. Para acceder a ella hay que descender por un estrecho pozo de unos cuatro metros de profundidad y en su interior hay dos ramales, uno de los cuales llega a medir ciento cincuenta metros, y buena parte de su recorrido puede hacerse de pie. Esta cueva, que se puede llamar “sima de Aldealbar”, no debe confundirse con la llamada “cueva de la Mora”, en el mismo término pero ya en el borde por donde se desciende al valle del Valcorba.

Esta  cueva de la Mora, sin ningún interés espereológico,  representa una de las viejas leyendas de cuando la ocupación sarracena. Varias cuevas y fuentes hay en la provincia que reciben el mismo nombre y, de todas, se narra la misma historia: habitado el lugar por una musulmana, esta salía al atardecer a beber y lavar sus ropas en un fuente próxima,  y aprovechaba los últimos rayos del sol poniente para peinar sus cabellos con un peine de oro.

Para ver otras posibles hendiduras en los cerros vallisoletanos hay que adentrarse en algunas minas de yeso, como las de las Mamblas de Tudela, acaso las más profundas. Una incursión no muy aconsejable por lo inestable de la cubierta que con facilidad produce peligrosos desprendimientos, aunque sí es posible asomarse a su embocadura.

 

 

JARDÍN FUERA EL PUENTE

El estrecho  desagüe del Canal de Castilla que, desde la dársena y salvada la carretera de Gijón, va a desembocar en el Pisuerga, junto al Puente Mayor de Valladolid, ha sido hasta hace unos años el último reducto de huertas urbanas. Cierto desprecio por una actividad que se consideró anacrónica e impropia de una ciudad moderna, así como el descuido por mantener adecentado el entorno, llevó al Ayuntamiento, de acuerdo con la Confederación Hidrográfica del Duero, a sustituir por completo los huertos y las destartaladas alambradas por un extenso jardín que nace en el sifón del canal y  se rinde al pie de la antigua fábrica de harinas La Perla. Un hotel ha sustituido  la actividad productiva de la fábrica que, sin embargo,  conserva su traza y la insustituible maquinaria harinera, una interesantísima muestra de la escasa tecnología industrial del XIX que se conserva en Valladolid y que hasta hace bien poco no se ha empezado a valorar en lo que representa.

El jardín que discurre a lo largo de este desagüe del canal se puede recorrer por  ambas orillas sin que por ello se tenga la sensación de repetir paisaje y detalles; quienes lo diseñaron supieron dar un aire diferente a cada orilla que, además, tuvo que adaptarse a la topografía del terreno: más abrupto junto a la carretera de Gijón, más tendido en la parte que mira hacia la Huerta del Rey. En ese afán que en los últimos años ha llevado al Ayuntamiento a poner esculturas en casi todos los rincones, jardines y plazas, no falta aquí un trabajo de Carlos de Paz –un pintor de Valladolid muy valorado, que no se resiste a mostrar su creatividad plástica también en escultura- y que, titulado “Diálogo” se inauguró, como los jardines, en el año 2001.

El paseante ha de buscar en el tramo más cercano a la dársena, una caprichosa y casi desapercibida casita decimonónica de aire suizo que, al pie de un espléndida y singular secuoya, sólo se deja intuir entre la espesura del arbolado; es la casa que algún día habitara un ingeniero o un guarda del canal y que ahora tiene simplemente un uso residencial.

No da la impresión de ser este un lugar muy concurrido en ciertos momentos, por lo que es probable que se pueda pasear en soledad; y el soleamiento de una u otra orilla, dependiendo de la hora, de la época del año y de la sombra que proyecte el arbolado, determina cual es el banco  más idóneo que se puede ocupar si lo que se pretende es un rato de descanso antes de volver a entrar en la ciudad; pues el paseante no puede olvidar que está en tierras de “fuera el puente”; aunque esta denominación casi despectiva, enmascara un barrio en el que nunca faltó, a lo largo de la historia, mucha animación y en el que se  asentaron numerosos vecinos al llamado de las industrias, las faenas agrícolas que por aquí abundaban, y el trabajo que esa quimera del siglo XVIII, el Canal de Castilla, procuraba a muchas personas.

 

 

LAS CRUCES DEL SIGLO

En cierta ocasión, visitando Piñel de Abajo, me indicaron la existencia de una gran cruz en la cima de Carracuriel, un monte que alcanza los 859 metros de altitud y a cuya cima se puede llegar no sin algún esfuerzo para salvar los 60 metros de desnivel desde el caserío del pueblo. “Como la cruz del siglo la conocemos aquí, pues se puso al empezar el siglo XX” me comentaron. Y no supieron darme más explicación por los motivos que llevaron a las gentes de entonces, sus abuelos, a tomar tal decisión: la cruz es grande y el empeño debió exigir cierta dosis de trabajo.

Son muchas las cruces que se alzan en las principales alturas de muchos municipios vallisoletanos, tal como ocurre en toda España. Esto puede obedecer a distintos motivos. Las personas siempre tuvimos cierta obsesión por dejar constancia del dominio del entorno y en una sociedad católica, como tradicionalmente fue la española (por decisión y también por imposición), que mejor constancia y símbolo que la cruz cristiana, habida cuenta de la crucifixión de Jesús en el monte Carmelo.

Pero transcurrido cierto tiempo observé que ciertamente eran muy numerosos los picos en los que se alzan cruces que, por otro lado,  parece que su antigüedad no fuera exagerada, por lo que presentí que probablemente hubo una cierta coincidencia, o una especie de hora cero en la que comenzaron a encaramarse cruces en las cimas de montes y montañas.

Probablemente esta segunda intuición no explique todos los casos, a lo mejor ni siquiera la mayoría, pero llegó un momento en que el término cruz del siglo lo escuché en un par de conversaciones, por lo que a poco que me puse a indagar llegué a cierta conclusión que explica en parte la presencia de la cruz en Piñel de Abajo y, seguramente, en más municipios.

Y no es otra que la recomendación que en 1899 hizo el Papa León XIII para que en los lugares más elevados de las poblaciones se levantara el símbolo de cristiandad con el que recibir y conmemorar la llegada del siglo XX. Una fecha sin duda simbólica y, también, como es práctica común en todas las religiones, se trataba de aprovechar esa efeméride ¡nada más y menos que el siglo XX! para dejar constancia de la omnipresencia doctrinal. Y para tal fin parece que aquella aparente simple recomendación fue acompañada de una orden para que se constituyeran comisiones pastorales que velaran por el impulso de tal consejo. Hay quien suscribe que aquel impulso papal obedeció a un firme deseo que dejar constancia de que la religión no tenía que estar reñida con las ciencias y las técnicas modernas que, sin duda, estaban teniendo un gran desarrollo en el tránsito del siglo XIX al XX. Pero, sobre todo, debía quedar claro que la ciencia estaba muy bien, pero que, en última instancia, la religión se encargaría de reconducir las “desviaciones” de los hombres de ciencia.

MUSEO DE LA CARPINTERIA Y CUBOS DE LA MURALLA

Villalba de los Alcores. De las manos de los carpinteros han salido modestos andamios para construir soberbios palacios, bellos muebles, y artísticos cofres donde guardar joyas de gran valor. Y hasta que el hierro y el cemento entraron en la construcción de edificios y puentes, la madera era un recurso estratégico para la sociedad. Toda esta actividad recoge el Museo de la Carpintería mostrando una variada y amplia representación de los útiles que se usaban  antes de que se impusiera la tecnología moderna con sus sierras mecánicas y fresadoras. Se trata de una colección  única en Valladolid, que se organiza a lo largo de tres salas: una que recrea un taller de carpintero y otra que expone piezas fabricadas en madera, complementan la sala principal, que ofrece herramientas, ya muchas en desuso.

 Tronzadoras, formones, gubias, escofinas,  hachas, martillos, cepillos, barrenos  y un largo relato de herramientas se muestran a los ojos del visitante.  Además, junto a las más conocidas se encontrarán otras tan curiosas como las zuelas, terrajas, rodelas, escoplos, machambradoras y enormes sargentas.

 La visita a este museo de Villalba tiene su excelente complemento en un recorrido guiado por los cubos semicirculares de la muralla.

 Presume Villalba de los Alcores que en una época llegó a ser una de las poblaciones con  más perímetro amurallado de toda Castilla y León: 10,5 ha.  Se conservan 7 de los 36 cubos que tuvo y se han reconstruido 4 de ellos,  acondicionándolos  para ser visitados.

 Una de las cosas que más llama la atención es que estas torres, de escasa superficie, sin embargo llegaron a ser viviendas habituales de familias villalbesas. Además, los cubos que estaban vacíos y eran de propiedad municipal, se cedían ocasionalmente a pobres y peregrinos para que tuvieran un lugar donde resguardarse de la intemperie.

 El itinerario por los cubos adentra en las costumbres de la villa, en la historia de su castillo y en las técnicas y tácticas de la guerra: las aberturas en las gruesas paredes de la muralla para disparar las saetas y las armas de fuego, las salidas del humo de la pólvora que inundaba los cubos por el disparo de los cañones desde su interior, la forma en que se construyeron y la manera de aprovecharlos después para vivienda… Una visita que acaso tenga su punto más interesante en la subida al adarve de la muralla, que se hace en el tercero de los cubos que se recorren. Desde esta altura, las vistas sobre la población y el paisaje circundante son extraordinarias, pues abarca el vasto territorio donde ya Torozos cede el testigo a Tierra de Campos.

ALGUNOS DATOS

 MUSEO DE LA CARPINTERIA Y CUBOS DE LA MURALLA

 LUGAR: Ayuntamiento de Villalba de los Alcores.

VISITAS: La diversidad de horarios, sobre todo para la visita guiada a los cubos, aconseja llamar previamente a la Oficina de Turismo. El museo abre sus puertas los viernes, sábados y domingos de 10:30 a 14:00 y de 17:00 a 19:30 (de Abril a Septiembre). Teléfono 983 721 500.

EDIFICIOS: Las murallas, al igual que todo el casco urbano, están declarados Bien de Interés Cultural desde 1993.

VALLADOLID, TIERRA DE GUARDAVIÑAS

Cerca de Villalba de los Alcores o en la senda del segador de Montemayor de Pililla se puede ver un guardaviñas, aunque ahora no se haya viñedo alguno.  Estas peculiares construcciones son relativamente numerosas y algunas   aún se conservan  por gran parte del territorio vallisoletano,  pero suelen confundirse  con chozos de pastor o casetas de era.  Los guardaviñas se construyeron expresamente para cobijar a los guardas de viñas o a los mismos propietarios una vez que la uva estaba madura,  y así evitar daños producidos por el ganado o por hurtos. Estas casetas  a buen seguro se remontan a cuando la producción vinícola en tierras vallisoletanas era de gran importancia, incluso para la exportación, en aquellos años de finales del XIX en los que la filoxera arrasó buena parte de los viñedos europeos, aunque poco más tarde aquella terrible plaga terminaría  por entrar en España.

 Los guardaviñas servían también para acoger a los vendimiadores y podadores en la parada necesaria para comer o para protegerse de  aguaceros y tormentas. Sus formas son muy variadas, según las costumbres de cada comarca y de los materiales disponibles y, por tanto, se pueden encontrar de barro, de piedra, cuadrados o circulares… y, por desgracia, muchos de ellos a punto de ruina irreversible.

Cuando se ven algunos casetos  en el campo suele surgir la duda sobre cual fue realmente su utilidad. Hay un pequeño truco, que no siempre funciona, y es que muchos guardaviñas solían rodearse de almendros: una vieja tradición.

MUSEO PARROQUIAL, Serrada

GUARDIANES DE LA PLATA

 Las grandes llaves de San Pedro que, además, preside ahora la entrada del museo de Serrada,  no parece que tuvieran poder suficiente para guardar la plata de la iglesia que lleva su nombre. Por eso, un puñado de familias del municipio escondía en sus casas los cálices, copones, coronas y demás objetos ornamentales de plata que pertenecían a la iglesia y que se sacaban en las procesiones y otros actos litúrgicos. Un discreto inventario detallado en poder de la parroquia tenía anotadas las familias que custodiaban cada pieza.

 Cuando por fin, hacia 2008, se consigue habilitar un lugar en la iglesia de San Pedro, en la plaza principal de Serrada, para exhibir y proteger la plata, las familias que la guardaban desde hacía siglos y cuyo secreto se pasaban de generación en generación, respiraron aliviadas. Ahora, la sacristía de la iglesia alberga un pequeño pero curioso museo diocesano que alberga piezas de gran interés que se datan desde el siglo XVII: cálices, copones, incensarios, crismeras, navetas, vinajeras, custodias, relicarios y un extenso muestrario de objetos litúrgicos que incluye rosarios de oro, nogal y nácar.

 Una gran corona imperial con ráfaga, de 1757, un rostrillo (pieza que se utiliza para enmarcar el rostro de las vírgenes), y una luna de cuarto creciente que en las procesiones se dispone a los pies de la Virgen de la Moya que se procesiona en andas, son algunas de las piezas que, sin duda, llaman la atención de entre todos los objetos de las vitrinas. También hay que  advertir sobre un cáliz neoclásico donado por Tomás Moyano en 1830, hijo de Serrada y consejero real.

 Una jarra y jofaina de intenso color azul de Limoges, junto a una colección de casullas y dalmáticas, ponen una nota de color en el museo que, de todas formas, y por méritos propios, gira en torno a una imagen del arcángel San Miguel aplastando al rebelde Luzbel o Lucifer, realizada por Gregorio Fernández hacia 1605. Dicen los expertos que tal vez sea una obra preparatoria de la pieza que preside la iglesia de San Miguel de Valladolid. Desde luego, acaso por la necesidad de demostrar su valía en aquellos años tempranos de su hacer creativo, el maestro Gregorio Fernández puso todo su empeño en hacer una obra de gran  belleza, en la que ángel y demonio compiten en perfección: el rostro del bien y el horror del mal tienen aquí una de sus más impecables expresiones. Esta escultura, de 71 cm. y de madera policromada, hasta hace tres décadas pasó desapercibida en un retablo de la iglesia: sin datar, ennegrecida por el polvo y repintada. Hasta que una cuidada restauración sacó a la luz la belleza de sus formas y los colores de su policromía original.

 Algunas otras curiosidades cabe reseñar aprovechando el acceso al museo desde la propia iglesia. En ella se verá un virgen de apenas un metro, que, patrona de Serrada y conocida como Virgen de la Moya, tiene ese nombre popular porque procede de un antiguo poblamiento, La Moya, que ya en desuso era morada de pordioseros portugueses, y un Cristo que preside el retablo principal se trajo aquí desde del cementerio y fue restaurado por José Luis Medina, que nacido en Serrada, fue escultor y catedrático de Modelado de la Escuela de Bellas Artes de San Fernando en Madrid. Fallecido en 2003, fue uno de los escultores españoles más importantes de la segunda mitad del siglo XX.

 ALGUNOS DATOS

 Museo Parroquial

 LUGAR: Iglesia de San Pedro, Serrada, en la plaza Mayor.

VISITAS: Concertar a través de la Oficina de Turismo. Teléfono 983 559 101. La visita siempre es  guiada.

NOTICIAS: Imprescindible un paseo por las calles de Serrada para disfrutar de numerosas esculturas al aire libre.