UNA SELECCIÓN DE MIS RINCONES PREFERIDOS

Hace siete años El Día de Valladolid publicó este reportaje que ya compartí con vosotros. Me he topado con él buscando cierta información para un artículo que próximamente publicaré en El Norte de Castilla. Volver a leerlo me ha hecho pensar sobre cuanto ha cambiado mi opinión sobre los lugares que hace esos años señalé como mis lugares preferidos de la ciudad de Valladolid… Y,  ¡vaya! en nada a cambiado mi opinión, así que de nuevo os invito a visitarlos.

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LAS ESTACIONES DEL AÑO, COMIENZA EL INVIERNO

La representación del paso del tiempo se pierde en las más viejas culturas de la Tierra. Las estaciones del año no siempre han sido las mismas –tiempo hubo en el que el “estío” se sumaba a las cuatro actuales-, ni las mismas en todas las regiones del Planeta. Por ejemplo, en los países ecuatoriales solo se habla de dos estaciones: la húmeda y la seca.

Por lo general la forma de representar las estaciones del año está asociada tanto a los cambios climáticos como a las faenas agrícolas, al igual que se hace en los “mensarios”, muy característicos de la Edad Media y en los que a cada mes se le asocia con alguna actividad agrícola o ganadera. Por ejemplo, en julio la siega del cereal, en septiembre la vendimia, en noviembre la matanza, y en diciembre el anciano sentado a la lumbre disfrutando de las viandas que ha guardado en los meses precedentes. Los mensarios, como las estaciones, son también una forma de representar el calendario.

La forma de representar las estaciones no siempre ha sido la misma pues niños, dioses o mujeres ha ido formando parte de la iconografía.

Las estaciones, el tiempo y las faenas agrícolas incluso tienen su acomodo en libros sagrados, como la Bíblia. En el Génesis 8.22, después de finalizado el Diluvio Universal, Yavé pensó en no volver a castigar a los hombres y decidió que “Mientras dure la tierra, sementera y cosecha, frío y calor, verano e invierno, día y noche, no cesarán más”. Noé se hizo agricultor y comenzó plantando una viña… lo que vino después, cuando bebió su vino y se emborrachó, ya es otra cosa.

Según Maravillas Aguiar Aguilar, del Centro de Estudios Medievales y Renacentistas Universidad de La Laguna, en las sociedades islámicas el cómputo del tiempo en la etapa anterior a la llegada del Islam parece basarse en la constatación de dos grandes estaciones anuales, un invierno (otoño-invierno) y un verano (primavera-verano), documentadas en el Corán. El año tenía su comienzo en otoño.  Y por vía clásica, la división del año se hará en cuatro estaciones, teniendo las estaciones su comienzo con los solsticios y los equinoccios.

Este año 2022 el invierno en el hemisferio norte comenzará el miércoles 21 de diciembre y terminará el 20 de marzo de 2023. Aunque normalmente el cambio de estación es el día 21, hay años en que se retrasa al día 22 o 23, dependiendo de la posición de la Tierra y del Sol.

Contado todo lo anterior con mayor o menor acierto y precisión, vamos a ver en Valladolid loslugares en los que hay representación de las estaciones del año.

Si Ud. amable lectora o lector, puede aportar algún lugar más, sería de agradecer que lo contara.

Ilustración del Arca de Noé, en el libro “Beato de Liébana”, del siglo X, conservado en la Universidad de Valladolid

Mensario de la cripta de San Isidoro, en León, siglo XII: julio y septiembre. Imágenes tomadas de “romanicoaragones.com”

Mosaico de Diana y las Estaciones. Villa de Prado, siglo IV. Museo de Valladolid. De arriba abajo, el mosaico, detalle de Diana cazadora, la primavera, el verano, el otoño y el invierno

Pasaje de Gutiérrez (1886). Esculturas realizadas en terracota llevan la firma de  M. Gossin, Visseaux, París. Están puestas alrededor de Mercurio y representan las cuatro estaciones, que por el orden de colocación son la primavera (a la derecha de Mercurio) y sucesivamente siguiendo al revés de las agujas del reloj, el verano, el otoño y el invierno. Cada una con los atributos propios de la estación: las flores de primavera, la mies del verano, las uvas del otoño y el fuego -a sus pies- del invierno. La del verano, hasta no hace tanto incluso portaba una hoz de hierro en su mano derecha

Fuente Dorada, del arquitecto Fernando González Poncio, que fue quien en 1998 llevó a cabo la remodelación de la plaza y también la ejecución de la nueva fuente. Mirando hacia la calle de Teresa Gil, el mascarón que representa la primavera, y girando hacia la derecha, las otras tres estaciones. Al igual que las madonas del Pasaje de Gutiérrez, cada mascarón se reconoce por las flores, la mies, las uvas y la última, por las bellotas del invierno. Estas representaciones añaden, al igual que las del mosaico de Diana, la metáfora de la vida: desde la juventud de la primavera se va envejeciendo hasta la estación del invierno

EL ESCUDO DE LA CIUDAD DE VALLADOLID

El escudo de Valladolid arranca de antiguo y su historia se ha ido escribiendo a partir  de diversos documentos, fechas y conjeturas más o menos bien fundadas. Una historia en la que no faltan leyendas  sobre el origen y su evolución.

Sabemos que Alfonso X el Sabio en el año de 1255 ordena que los lugares de Tudela de Duero, Simancas y Peñaflor de Hornija, no ostente otras señas ni sellos que no sean los de Valladolid. ¿Cuáles eran esos sellos?  Los historiadores llegan a la conclusión de que eran los que aparecían en  dos privilegios expedidos por el Concejo de Valladolid: firmado uno en 1266 y el otro, diez años más tarde. Relacionados el primero con un asunto de impuestos, y el otro sobre el lugar donde había de edificarse el convento de San Pablo. El sello tenía dos caras: en una se representa la muralla de Valladolid con ocho puertas y en el medio la inscripción VAL con la leyenda de  “SELLO DEL CONCEJO DE VALLADOLID”,  y en la otra un castillo de tres torres con la leyenda   “LA GRACIA DEL ESPÍRITU SANTO ESTÉ CON NOSOTROS”, tal como se puede apreciar en las imágenes que siguen.

Reproducción del sello,  en la que se aprecia que al original encontrado en su día le faltaba una parte del mismo tanto en el anverso como en el reverso.

¿Cuál podía ser la enseña de Valladolid hasta entonces? Lo cierto es que aunque el ajedrezado se muestra incluso en el panteón del Conde Ansúrez de la Catedral de Valladolid (del siglo XVI-XVII), en ningún documento del Concejo se utiliza, como iremos viendo.

Fotografía tomada de una de las paredes del Ayuntamiento.

Hasta el siglo XVI no se ha documentado  ninguna otra enseña de la ciudad. Un documento del Archivo de Simancas fechado en 1520  muestra un escudo también de forma circular con ocho castillos en el borde (como bordura se conoce técnicamente) y seis  figuras –una de ella incompleta-  de forma triangular  y onduladas. Este escudo se describe como que las figuras parten del lado izquierdo hacia el derecho. Sobre la orientación correcta de las lenguas no volveremos a entrar pues es muy recurrente el debate sobre el tema. El escudo lleva además la leyenda de “Noble concejo vallisoletano” (traducido del latín, que es como figura).

Uno de los escudos que aparecen al pie de diversos privilegios del siglo XVI, conservados en el Archivo Municipal de Valladolid.

Y entramos en el origen de las banderas, llamas o farpas. Se han manejado por los historiadores locales de todas las épocas diversas teorías. Una, es que se trata de una adopción del escudo de armas del conde Rodríguez González Cisneros, más conocido como Girón y que dio nombre a una larga saga. Este noble fue coetáneo del Conde Ansúrez y a él también se le atribuye haber contribuido a la repoblación de Valladolid; su escudo incluía tres girones. Otra, la de que Valladolid es una ciudad fluvial y de riberas. Otra más: en tiempos de Fernando III soldados vallisoletanos ayudaron a la conquista de Carpio en poder sarraceno; para ello se levantaron varias hogueras  con el fin del engañar a los sitiados, a los que derrotaron; y así, la ciudad tomó el símbolo de unas  llamas doradas sobre un fondo encarnado – en recuerdo de la sangre derramada en la contienda-  para incorporarlo a su escudo; corría el siglo XIII. Una muy socorrida que sigue tomando el fuego como motivo: se trata de llamas que recuerdan los  dos horrorosos incendios que vivió Valladolid en 1461 y 1561. Y seguimos con aquella explicación que habla de la representación de los pendones posaderos. Por si eran pocas las conjeturas, hay que añadir aquella que indica que las llamas onduladas representan las cinco casas de los linajes de los Tovar y los Reoyo;  estos eran clanes que se repartían todos los oficios concejiles no sin cierta rivalidad entre ellos. Estos clanes surgieron en el siglo XIII y ostentaron el poder del municipio hasta el siglo XVI; más de una vez el rey tuvo que intervenir para poner paz entre ellos.   Terminamos añadiendo que tal vez las farpas se traten de una representación del banderín que podían ostentar los caballeros en sus lanzas o los caudillos locales; mientras que la enseña del rey era el banderín rectangular y completo, los caballeros a su servicio o los municipios que tuvieran derecho a disponer de caballería o los caudillos concejiles, tenían que ondear un banderín roto en farpas. Esto último viene a cuento pues en su día se creó la caballería del concejo: 150 hombres buenos y pobladores de Valladolid, ateniéndose a las indicaciones de las Siete Partidas de Alfonso X el Sabio. Este cuerpo de caballeros tenía la obligación de acompañar al rey cada vez que viniera a la villa y hacer a lo largo del año tres alardes (demostraciones) como forma de mantenerse en forma y adiestrado.

Banderín de la escultura del Monumento a los Cazadores de Alcántara,  frente a la Academia de Caballería.

 A partir de aquí los diversos historiadores optan por alguna de las opciones, pareciendo más sólida aquella que apunta a la última explicación indicada. Y en cuanto a la fecha en que comenzó a usarse el escudo que ahora conocemos, pues tal vez habrá que dar por bueno el de los tiempos del reinado de Juan II, cuando en 1422 de  el título de Noble  a la ciudad de Valladolid. Más otro ha venido siendo el debate sobre cuantas llamas debían contener el escudo. Es el caso que los diversos escudos que han ido apareciendo en documentos y representaciones, el número de figuras oscila entre cuatro y ocho.

Y en cuanto a los colores rojo y amarillo (oro) que también a veces entran en conjeturas en lo que al escudo de Valladolid respecta, hay que indicar que  son los típicos colores del reino de Castilla desde Fernando III y los ostentan numerosas poblaciones. Rojo y oro que se adoptan en los pendones de caballería de Carlos I.

La corona que preside el escudo de Valladolid, aunque en menor medida, también ha conocido algunos cambios. Si bien parece más extendida y reproducida la coronal real (ocho florones: de los que tres son vistos completos y dos la mitad), no faltan representaciones, sobre todo en los años de la república pero también anteriormente, de lo que podría ser una corona condal –en homenaje y reconocimiento de la ciudad al Conde Ansúrez-, o simplemente por descuido de los dibujantes, que no supieron representar la corona real. El caso es que el escudo no ha ostentado corona hasta finales del siglo XVII.

Reproducción del escudo que Valladolid  ostentaba en 1908 y  que se puede ver en el patio interior del Ayuntamiento.

En julio de 1939 Francisco Franco concede a Valladolid la Cruz Laureada de San Fernando, indicando expresamente en el decreto, que debía incorporarla al escudo de la ciudad.

En definitiva, siguiendo la descripción de Filemón Arribas (que, entre otras cosas fue Archivero del Archivo de Simancas), el escudo actual de Valladolid debe describirse y reproducirse como: “De gules cinco banderas de oro flameadas, nacientes del lado siniestro del escudo y la bordura de gules cargada de ocho castillos de oro, almenados de tres almenas, con tres homenajes el de en medio mayor y cada homenaje también con tres almenas, mazonados de sable y aclarado de azur. Timbrado con coronel de ocho florones, visibles cinco de ellos ”… aunque el Ayuntamiento (hablamos de la década de 1940) indicara que las banderas deben salir del lado diestro.  Al escudo había que añadirle la Cruz Laureada de San Fernando.

La descripción que hace Fernando Pino, Archivero del Ayuntamiento de Valladolid, es la siguiente:”De oro, terminado en cinco triángulos de líneas rectas, mirando a la derecha del escudo sobre fondo rojo. Alrededor bordura de color rojo  con ocho castillos de oro, con tres almenas cada uno, siendo mayor la del medio, y cada torre con tres almenas. Corona real de ocho florones, visibles tres completos en el centro y dos mediados en los extremos. Enmarcado todo el escudo en la Cruz Laureda de San Fernando”.

Rematamos este somero recorrido por los escudos de la ciudad indicando que el actual se adoptó en 1939, como ya se ha dicho.  Su diseño había salido a concurso, pero este quedó desierto a juicio del tribunal, por lo que tras escuchar las opiniones de los expertos se le encargó a un tal Amador Hernández, que lo dibujó siguiendo las instrucciones que se le pasaron.

Fotografía  del año 1939 del escudo conservada en el Archivo Municipal.

Y en cuanto a esas llamas, como muchos llaman a  las farpas del escudo, no me resisto a incluir lo que de ellas pensaba Quevedo, del que es sobradamente conocida su aversión a tener que residir en Valladolid al calor obligado de la Corte. En sus «Alabanzas irónicas a Valladolid, mudándose la corte de ella», en sus últimas estrofas, esto escribió el ingenioso poeta: «En cuanto a mudar tus armas, / Juzgo, que acertado fuera, / Porque solos los demonios / Traen llamas en sus tarjetas. / La primera ves que las vi, / Te tuve en las apariencias /  Por arrabal de el infierno, / I en todo muy su parienta. / Más ya se, por tu linaje,  / Que te apellidas Cazuela. / Que en vez de guisados hace / Desaguisados sin cuenta.»

Realizado este repaso por la historia de la enseña de Valladolid, sugiero un paseo siguiendo la estela de algunos escudos que se pueden ver por las calles y jardines de la ciudad.

 

Representación del anverso y reverso del primer escudo de la ciudad (s. XIII). Se puede ver en el pedestal del monumento al Conde Ansúrez de la Plaza Mayor.

 

Fachada del Ayuntamiento de Valladolid, coronado por corona real.  El edificio se inauguró en 1908.

 

Cristalera de la escalera principal del Ayuntamiento: observese que, intencionadamente o por descuido, el escudo no está rematado por una corona real.

 

Antiguo convento de San Francisco, sito en la plaza Mayor: su fachada se adornaba con sendos escudos del concejo: imágenes de la reproducción del convento en el llamado callejón de San Francisco (el autor es Sousa), y la fachada original del convento, realizada en el siglo XVIII por Ventura Pérez.

 

A los pies de Zorrilla y sobre la cabeza de la musa, se reproduce el escudo de la ciudad que imperaba a finales del siglo XIX. Se trata de la escultura que hay en la plaza de Zorrilla.

 

Gigantesco escudo floral a la entrada del Campo Grande.

 

Uno de los escudos que adornan la fuente de la Fama en recuerdo del alcalde Miguel Iscar, erigida en 1880. También la fuente del Cisne, en la Pérgola, ofrece escudos realizados en 1887.

 

La fachada de la Estacion del Norte está rematada por este grupo escultórico llevado a cabo por el Angel Díaz Sanchez. Las figuras representan a la Industria y la Agricultura.

 

Leones portantes del escudo de la ciudad que vigilan al antigua entrada del vivero de San Lorenzo, en el Paseo de Isabel la Católica, que se acondicionó a finales del s. XIX.

 

Una de las arcas de la traída de Argales y el arca principal ostentan el escudo vallisoletano. En uno de ellos se puede leer la fecha de 1588. Se trata de los escudos labrados en piedra más antiguos de Valladolid.

 

Así mismo el escudo se puede ver en la mayoría de los letreros anunciadores de las calles, en adornos de puntos de luz y en diverso mobiliario urbano, como las fuentes de piedra que se instalaron en la década de 1950, tal como se aprecia en la segunda imágen. Arriba, la coronación de la antigua Casa de Socorro  (década de 1930) de la calle López Gómez, que ahora acoge una biblioteca municipal dedicada a Francisco Javier Martín Abril.

FUENTES DOCUMENTALES: Archivo Municipal de Valladolid;  “Títulos y Armas de la Ciudad de Valladolid”, de Filemón Arribas Arranz; “El Escudo de la Ciudad de Valladolid”, de Alejandro Rebollo Matías; “Artículos”, de Fernando Pino Rebolledo… y otros artículos diversos.

 

LOS FERROCARRILES

El primer tren llegó a Valladolid en 1864, tras ocho años de obras para la construcción de la línea ferroviaria de Ferrocarriles del Norte. La primera piedra la puso, en nombre de la Reina, el general Espartero en 1856, razón por la cual el Ayuntamiento decidió poner el nombre de Duque de la Victoria (como se conocía a aquel militar) a esta céntrica calle vallisoletana.

La construcción de la actual estación tuvo que esperar hasta 1891. Mientras tanto, un pequeño barracón de madera daba servicio a los viajeros.

Pero en aquella efeméride había otro aspecto tanto o más importante: la construcción de los actuales talleres de RENFE, quizá la mayor empresa de su época en Valladolid, y que ha dejado un legado de construcciones de indudable valor histórico y arquitectónico.

Poco tiempo después de la llegada del primer ferrocarril se sucedieron otros proyectos importantes para el tráfico de viajeros y el transporte de mercancías. Uno fue el tren que unía Valladolid con Tierra de Campos: con Medina de Rioseco primero (que luego llegó hasta Villalón de Campos),  y poco más tarde con Palanquinos en León,  y con  Palencia (a través de Villada).

Aquel ferrocarril, conocido como tren burra, se inauguró en 1884 y estuvo en servicio hasta 1969.

Y aún hubo un tercer tendido ferroviario, el que unía Valladolid con Ariza (la conocida como línea de Ariza), que facilitaba el transporte del cereal vallisoletano. La línea se inauguró en 1898 y se mantuvo abierta hasta 1985 para viajeros y 1994 para mercancías.

NOTA: la fotografía reseñada como «Talleres de Renfe, un edificio singular» es, en realidad una imagen del DEPÓSITO DE LOCOMOTORAS.

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LOS ÚLTIMOS PAGANOS: VILLA ROMANA DE ALMENARA-PURAS

Vamos a visitar un museo y yacimiento arqueológico de gran interés, sito en el término municipal de Almenara.

Las villas eran grandes haciendas que acaudalados romanos dedicaban a la explotación agrícola y ganadera. Las villas cercanas a las grandes poblaciones romanas solo eran habitadas por sus propietarios durante unos meses al año. No parece el caso de esta villa vallisoletana ni, en general, de las que existieron en Valladolid, que fueron unas cuantas. Es decir, que lo más probable es que sus propietarios las habitaran todo el año.

Tanto en la provincia como la capital se documentan un buen puñado de villas, además de haberse detectado numerosos restos romanos diseminados por el territorio, que se datan en diversos siglos de la existencia del Imperio Romano.

Algunos  historiadores y cronistas  atribuyen Valladolid a un origen romano: un asentamiento llamado Pincia (o Pintia). Otros investigadores hablan del nombre de Pisoraca (Pisuerga). Lo cierto es que en el subsuelo de la ciudad se han ido encontrando numerosos hallazgos de época romana: pavimentos y mosaicos, cerámicas, enterramientos, numismática, esculturas, inscripciones, etc. Además, restos y trazados reconocibles de diversas villas: en el Cabildo, en el pago de Argales, en Villa de Prado… De estas construcciones romanas nos quedamos con la de Villa de Prado, datada en el siglo IV d.C. Está entre la antigua Granja Escuela José Antonio y el nuevo Estadio José Zorrilla. De esta villa hay documentación y restos perfectamente reconocibles, algunos de los cuales se muestran en el Museo de Valladolid.

No hace mucho quedó al descubierto un hipocaustum (una gloria) en las inmediaciones de la Antigua. Lo que nos habla de un asentamiento romano en la ciudad.

Pero hay otras cuantas referencias romanas de cierta importancia histórica en la provincia: Montealegre (Tela), Tiedra (Amallobriga), Simancas (Septimancas), etc. A estas hay que añadir Becilla de Valderaduey, que conserva parte de una calzada y un puentecillo.

Hay datos o restos de sentamientos en Torozos, en la cuenca del Pisuerga, en Tierra de Campos… En fin, una pródiga relación que desborda por completo los límites de este artículo. En cualquier caso, es muy recomendable la visita al Museo de Valladolid para conocer la presencia romana en Valladolid.

De todos estos importantes yacimientos, nos vamos a detener en la villa de la Calzadilla sito en el término de Almenara.

De esta villa, datada en el sigo IV-V, hay noticias desde 1887, cuando un campesino dio noticias del hallazgo de un gran mosaico del Bajo Imperio. De hecho, parece que esta villa fue la primera de las descubiertas en Valladolid. En el año 1942 comenzaron unas excavaciones por parte de la Universidad de Valladolid que confirmó la importancia de esta villa. Y en el año 2003 abrió sus puertas al público el Museo de las Villas Romanas bajo el impulso de la Diputación de Valladolid.

Imagen tomada de la página oficial de Turismo de la Diputación Provincial

Destaca  Almenara por sus azulejos, alguno de los cuales está en el Museo de Valladolid, pero in situ hay unos cuantos de gran belleza y perfección, como por ejemplo el de Pegaso o el de los Peces.

Una larga pasarela que sobrevuela sobre los restos arqueológicos facilita la observación de las dependencias, perfectamente reconocibles.

A esta extensa pieza principal se ha añadido una reconstrucción de determinados ambientes romanos y una villa con todos los elementos que caracterizaban estas mansiones campesinas.

Antes de entrar al yacimiento, diversos objetos de época o sus reproducciones, así como amenos y concisos paneles explicativos, preparan adecuadamente la visita a la pieza original, lo que permite su mayor disfrute y configuran un complejo museístico que abarca al mundo romano de la provincia, de ahí el nombre de Museo de la Villas Romanas…

Pero no me resisto a detenerme aunque sea someramente en lo que nos cuenta el libro Los últimos paganos, un relato del antropólogo vallisoletano Luis Díaz Viana (su segundo apellido en realidad es Gongález). Se trata de algo más que una novela pues ambientada en la villa de Almenara, mezcla ficción con hechos históricos reales.

Portada del libro de Luis Díaz Viana

Vayamos al relato. En estas villas, conocidas como “pagos”, vivían pacíficamente los campesinos  romanos (fueran propietarios o siervos), alejados de las intrigas de la metrópoli (en este caso Constantinopla, pues estamos hablando de la época del Imperio Bizantino) y en armónica convivencia con sus dioses. Esos seres que, aun estando en el Olimpo, eran asequibles y prácticos: uno se dedicaba a favorecer las cosechas, otro a proteger los ganados…  Había un dios o diosa para cada asunto. La gente veía a sus dioses como seres cercanos que les ayudaba en caso de necesidad. Con ellos, los  humanos conseguían ordenar su vida e interpretar lo desconocido, que era mucho en aquella época. Eran útiles para conectar con el más allá y les protegían de los males que pudieran acechar.

Más, algo ocurrió en Constantinopla: la conversión de Constantino y su madre Helena al cristianismo. No fue, como en general todas las conversiones, sino una decisión de conveniencia política y económica… Y claro, convertido el emperador y su corte,  el resto de los romanos tenían que seguirle  y despedir a los viejos dioses. El monoteísmo expulsaba al politeísmo. Como el imperio era muy extenso y no todo el mundo “comulgaba” con aquel cambio, sobre todo porque se llevaban muy bien con sus dioses de toda la vida, desde Constantinopla se facilitó que los infieles al nuevo dios, que normalmente eran los súbditos situados en los confines del imperio, comenzaran a ser acosados por los llamados bárbaros cristianizados. De tal manera que numerosas partidas de jinetes hostigaban a los últimos paganos (es decir, a los que vivían en los pagos) para que adoptaran por la fuerza al dios de los cristianos, además de dedicarse a arrebatarles sus propiedades.

Pues bien, conocida esta historia, acaso el visitante pueda hacerse una idea más interesante y curiosa cuando se acerque a recorrer esta  villa romana,  en medio de la planicie de las Tierras de Pinares.

Horario de visita: octubre a marzo: de jueves a domingos y festivos 10:30 a 14:00 y 16:00 a 18:00. Abril a septiembre: martes a domingos y festivos 10:30 a 14:00 y 16:30 a 20:00

AQUELLAS VIEJAS PISCINAS

Camino del fin del verano, otra cosa es qué calores no previstos nos dispensará el otoño vallisoletano, pongo unas cuantas fotos de piscinas históricas de la ciudad.

El 29 de junio de 1935 se inauguraron las Piscinas Samoa, construidas según el proyecto del arquitecto Emilio Paramés, en el paseo bajo de las Moreras. Hubo una fiesta patrocinada por la Asociación de la Prensa, con pruebas deportivas, bailes, cena americana, fuegos artificiales, etc. El concesionario, Diego Pareja Núñez, obsequió con un banquete a todas las autoridades y representaciones oficiales de la ciudad. La piscina disponía de bar restaurante, y se hacían actuaciones musicales y sesiones de baile.

Para poder construirlas, el Catarro –que alquilaba barcas-, y los “chiringuitos” en los que se merendaba o vendían bebidas, tuvieron que mudar de lugar y se trasladaron hacia las inmediaciones del puente Mayor. Más tarde volvieron a su emplazamiento original.

Junto a la Samoa estaba la llamada piscina “deportiva”, en la que se hacía competiciones oficiales.

Ambas fueron las primeras piscinas construidas en la ciudad. Desconozco cuando cerraron sus puertas una y otra. La Samoa se derribó en 1998, pero ya llevaba cerrada unos años.

Todas las fotos están tomadas del Archivo Municipal de Valladolid.

Fachada de la Samoa

El dibujante G H (Gregorio Hortelano) reflejó así en El Norte de Castilla la inauguración de la Samoa.

Cuando los trampolines, ahora prohibidos, eran una verdadera atracción para los bañistas.

Panorámica de la Samoa en los años 70, en primer término la terraza del bar.

En la crecida de 1978, las aguas del Pisuerga dejaron esta imagen de la Samoa.

Una imagen que se ha convertido en todo un clásico: en primer término la piscina Deportiva, junto a la Samoa, y al fondo, la playa. Corría el año 1969.

Ambas piscinas vistas desde el río.

Sendas imágenes de la Deportiva en la década de 1970.

La playa, tal como ahora la conocemos, se inauguró en 1953. Fue, en realidad, una ampliación de una pequeña zona de baños que unos pocos años antes se habilitó en las inmediaciones de las aceñas.

Sendas imágenes de la piscina de Canterac (barrio de Delicias) en 1973.

CASTILLOS DEL SEQUILLO: UNA IMPORTANTE FRONTERA MEDIEVAL

El Sequillo, río de nombre y caudal modestos, de escasa prestancia y aparente inocencia,  alcanzó protagonismo significado en las disputas entre los reinos de León y Castilla a lo largo de los siglos XII y XIII.

Durante setenta años se convirtió en parte de la frontera, junto con el río Trabancos, que en Valladolid dividía los reinos de Castilla y León. Entre 1157 y 1230 se partió  en dos el reino cristiano del noroeste hispano: León por un lado y la naciente Castilla por otro. El Sequillo está en medio de los territorios que se disputaron los reyes de ambos reinos, pues necesitaban dominar las tierras de Campos, cuyo trigo llenaba los graneros de las aldeas y las despensas de los castillos. Para ello fundaron poblaciones, dieron prebendas a los nuevos moradores, amurallaron  pueblos  y levantaron castillos. Todo aquel intensísimo movimiento urbanístico y poblacional dejó una huella que todavía se percibe en las villas  que jalonan el Sequillo.

Toda esta historia arrancó cuando a la muerte del rey de León, Alfonso VII (1157), este dividió el territorio entre sus hijos e hijas: aquí comenzó una continua disputa entre el consolidado reino de León y el emergente reino de Castilla. Una división que terminó cuando Fernando III llamado el Santo, y coronado en Valladolid, consiguió unir ambos reinos, allá en el año de 1230.

Aquella cadena de castillos del Sequillo alcanzaba un punto en el  que se dividía entre los que, siguiendo el curso físico del río, llegaban hasta su desembocadura en el Valderaduey, ya en tierras zamoranas; y los que apuntaban hacia Toro, junto al Duero que, también fue frontera natural.

Superada la frontera y pacificados los territorios: junto a aquellos castillos (más bien pequeños, de sólidos muros, y construidos en lo alto de los tesos y en los bordes de Torozos),  fueron apareciendo nuevas fortalezas pero ya con trazas palaciegas: no estaban tan pensadas para la batalla como para la residencia de los nobles. La prueba es que se levantan en el llano, confiados en que no habría más batallas entre los reinos cristianos, y ya los musulmanes no constituían ninguna amenaza al norte del Duero.

Pues vamos a hacer un recorrido siguiendo algunos de aquellos castillos que pespuntean el Sequillo. Fortalezas que seguramente sean las más antiguas de Valladolid, después de los castillos que en siglos precedentes defendieron las orillas del Duero frente a los musulmanes: hablamos de los siglos X y XI: Peñafiel, Curiel, Tordesillas.

Empezaremos por Valdenebro de los Valles. No existen documentos  escritos que atestigüen su pertenencia a la cadena de fortificaciones fronterizas, más cuando uno se acerca a los escasos restos de su antiguo castillo, situado en el mismo casco urbano,  y se asoma al amplísimo territorio que domina, no puede dejar de pensarse que en un momento u otro, este municipio fue plaza fuerte en su día… Y no debemos dejar de ver la curiosa torre de la iglesia del municipio, con su escalera de caracol a ella pegada. La base de la torre es románica del siglo XIII ,y la planta del templo ya pertenece al XVI. Las ruinas son accesibles.

Medina de Rioseco perdió todo rastro de su castillo, aunque se conserva, ya muy remozada, la puerta de Zamora conocida como Arco de las Nieves, por haber allí una capilla dedicada a la Virgen de las Nieves.

Puerta del Reloj de Villabrágima. Esta puerta (con un reloj instalado en el siglo XX),  perteneció a la muralla que se levantó en el siglo XIII.

No es nada casual la ubicación del castillo de Tordehumos, y muy grande su importancia estratégica, pues desde él se domina casi todo el valle del Sequillo, y desde él se podían enviar avisos al resto de los castillos fronterizos. En el año 974 la localidad se la cita como Autero (Otero)  de Fumus.  Impresiona desde abajo la proporción que tuvo esta fortaleza que, ahora derruidas todas sus construcciones interiores (aunque es posible que queden restos por excavar  bajo tierra), ha quedado reducida a una pequeña meseta desde la que se obtienen inmensas panorámicas de todas las tierras y caseríos que lo rodean: Rioseco, Montealegre, Villabrágima, Villagarcía, Urueña o San Pedro de Latarce están a la vista de quien pasee rodeando el borde de las antiguas murallas. En Tordehumos se firmó el famoso tratado entre el rey leonés Alfonso IX y el castellano Alfonso VIII (uno de los siete tratados que se firmaron entre ambos reinos a lo largo de aquella guerra de fronteras). Sirvió para pacificar las luchas entre ambos reinos. Corría el año de 1194: el rey castellano devolvería fortalezas al de León, y que en caso de que el leonés falleciera sin descendencia, el castellano heredaría su reino: la orden del Temple y la de Calatrava se comprometieron a hacer cumplir el tratado, y mantener la paz entre los reinos.  Al castillo se sube fácilmente a través de una senda creada al efecto, y se puede recorrer alrededor, así como entrar al interior. Fotografía de la silueta de Urueña desde el castillo de Tordehumos. El castillo es accesible.

Del castillo de Villagarcía de Campos, tenemos noticias desde mediado el siglo XIV.  En él se crió unos años el famoso Jeromín (Jerónimo), hijo natural de Carlos V. Aquel niño bastardo alcanzó relieve en la historia rebautizado por su hermanastro Felipe II con el nombre de Juan de Austria. De todas formas está en proceso de un profundo estudio arqueológico y rehabilitación de ciertas dependencias que, a lo mejor, revela una construcción más antigua de lo que hasta ahora se conoce. Es visitable en horario indicado.

Nuestro siguiente destino será San Pedro de Latarce. Tiene uno de los castillos más singulares de Valladolid, y seguramente de los más desconocidos: de planta ovalada, construido con cal y canto,  se levanta en la misma orilla del Sequillo. Esta fortaleza perteneció a Doña Berenguela, madre de Fernando III el Santo. En algún momento de su historia estuvo en manos de los templarios, para pasar luego a la orden de San Juan. El interior del castillo, una vez perdida su función defensiva,  albergó casas.  En las imágenes también se puede observar el lugar de la puerta principal del acceso. Desde aquí retrocederemos para buscar Urueña, aunque la línea defensiva del Sequillo continúa por los municipios de Belver de los Montes y Castronuevo, donde desemboca en el Valderaduey, pero estos municipios, que  se adentran en la provincia de Zamora, ya solo conservan escasísimos restos de sus fortificaciones. No es accesible.

A causa de la fama de sus murallas nos olvidamos de que  Urueña aún conserva su castillo, ahora convertido en cementerio municipal. El castillo está junto a un pequeño lavajo que llama la atención por estar en lo alto del páramo torozano. Las murallas son paseables.

Y terminamos nuestro recorrido en Tiedra: en la fotografía, imagen de Tiedra vista desde Villalonso, inmediato a Toro. Municipios, ambos que también disponen de sendas fortificaciones. Tiene horario de visitas.

DONDE EL CANAL DE CASTILLA DEVUELVE SUS AGUAS AL PISUERGA

El estrecho  desagüe del Canal de Castilla, que desde la dársena y salvada la carretera de Gijón, va a desembocar en el Pisuerga, junto al Puente Mayor de Valladolid, ha sido durante muchos años  el último reducto de tradicionales huertos urbanos –ahora, por iniciativa vecinal y municipal se han ido abriendo huertos por diversos barrios de la ciudad-.

En el año 2001, el Ayuntamiento y la Confederación Hidrográfica del Duero decidieron convertir ese espacio en un jardín, que con el paso de los años se ha constituido en un bonito rincón de la ciudad tanto por su abundante vegetación como por los elementos históricos y urbanísticos que lo enmarcan.

Forman parte del parque la singular casa suiza con su emblemático secuoya –un árbol protegido por el Plan General de Ordenación Urbana-, y el edificio que fue la harinera “La Perla”, y allí las aguas del Canal terminan volviendo al Pisuerga. La Perla se construyó hacia 1857 pero un incendio ocurrido en 1912 obligó a reconstruirla casi en su totalidad. En 2006 cerró la fábrica y en ella se habilitó un hotel que cerró de mala manera en 2017. En 2018 se alojó en sus destruidas instalaciones un grupo de personas para “montar” en él un activo Centro Social llamado La Molinera. El edificio está declarado Bien de Interés Cultural desde 1991.

Carlos de Paz –un pintor de Valladolid que no se resiste a mostrar su creatividad plástica también en escultura- y que, titulado “Diálogo” se instaló en 2001, el mismo año que se inauguró el jardín.

En las rampas de acceso a los jardines, tanto desde la parte de la avenida de Gijón como desde la calle de las Eras, el Consejo Social del barrio de la Victoria, decidió, en el marco de la Agenda Local 21, aprovechando los muros de las rampas, que en ellos quedaran reflejadas evocaciones de las antiguas actividades de la zona: lavanderas, agricultores, fábrica de harinas, industria textil, tren burra… y también representación de la fauna y la flora característica del entorno –antaño más naturalizado, evidentemente-. Para ello se encargó al pintor Sergio Garrido que llevara a cabo la realización de diversos murales.

Sergio Garrrido, el autor de los murales.

DOS HISTÓRICAS E IMPORTANTES FACHADAS (II)

EDIFICIO HISTÓRICO DE LA PLAZA DE LA UNIVERSIDAD

Este es el segundo artículo que publico sobre estos dos importantes edificios de Valladolid. Lo hago para celebrar que el blog “Valladolid la mirada curiosa” ha alcanzado 1.000.000 de visitas. Con el mismo atrevimiento que he tenido de adentrarme en un prolijo detalle de la fachada, puede que haya deslizado errores o imperdonables olvidos. Si los detectáis, agradecería lo comentarais. Gracias por ese millón de visitas.

Las fachadas del Colegio de Santa Cruz y de la Universidad, acaso son las más interesantes de Valladolid en lo que a arquitectura civil  se refiere. Se trata, además de dos edificios relacionados entre sí pues el Colegio era el lugar donde se alojaban alumnos de la Universidad y con tal finalidad se construyó.

Son muy conocidas, sin duda, y en ellas seguro que muchas veces habremos fijado la vista y mostrado a quienes visitan la ciudad. Pero tengo la impresión de que no son bien conocidas.

En un artículo anterior abordé la fachada del Colegio de Santa Cruz. Vayamos ahora a la fachada del edificio histórico de la Universidad, en que ya solo se imparten los estudios de Derecho.

El arquitecto fue fray Pedro de la Visitación. Es de estilo barroco y se data entre 1716 y 1718.

Tiene la composición típica de un retablo, en este caso un retablo desacralizado. Un retablo del saber. El retablo tiene una finalidad claramente de representación, y la iconografía representa las disciplinas que en su momento se impartían en la Universidad.

La fachada tiene dos cuerpos y las columnas van articulando las hornacinas del retablo.

El cuerpo noble está en el centro de la fachada, por eso en él se sitúa la balconada y el escudo (por duplicado) de la Corona.

A pesar  de las reformas y desgracias tanto en su interior como en su entorno (derribos, incendios, etc.), la fachada conserva su traza original.

La representación de las disciplinas se hace con mujeres, y para su descripción además de literatura sobre ella, sigo lo que en cierta ocasión escuché a Iván Rincón-Borrego, profesor de la Escuela Superior de Arquitectura de la Universidad de Valladolid.

Teología, la gran jerarquía suprema en el centro del retablo que ordena el resto de las disciplinas, no olvidemos que la Universidad nace bajo la disciplina de la Iglesia.

La Retórica se representa mediante una mujer con jofaina. Podemos interpretar que es el recipiente en el que se recoge la cantidad de palabras que requiere la disciplina.

La Geometría, una mujer dibujando sobre un papel.

El Derecho Canónico: vinculado a la Iglesia, de ahí la presencia de la tiara papal sobre un libro.

El Derecho Civil se representa con una espada, sinónimo de la justicia.

Astronomía, con la esfera celeste.

La Medicina, es una mujer con una redoma, utensilio propio de la disciplina.

La Filosofía aparece con un globo terráqueo, pues es  donde habitan los hombres.

La Historia, con una espada y escudo, pues como escuché en cierta ocasión a entendida en su día como una sucesión de batallas y reyes o reinos.

En la parte superior del cuerpo central y destacando por encima de todas estas figuras alegóricas se representa el triunfo de la Sabiduría sobre la Ignorancia, mediante una matrona pisando a un niño ciego.

En la parte cimera de la fachada se han instalado a los reyes benefactores de la Universidad. Sin orden cronológico, y de izquierda a derecha están:

Juan I, que eximió de impuestos a la Universidad para favorecer su desarrollo.

Alfonso VIII que fundó los estudios palentinos, precursores de esta de Valladolid.

Enrique III de Castilla,  que otorgó las tercias a la Universidad.

Y,  finalmente Felipe II que dio plena jurisdicción al Rector, es decir a la Universidad.

En la fachada también está el escudo de la Universidad,  que representa el origen pontificio, de ahí  los angelotes sujetando la tiara papal y otros sujetando las llaves papales. El escudo de la Universidad es  el árbol de las ciencias, del conocimiento.

En una zona rectangular de la fachada y bajo la figura de la Sabiduría, se esculpió una frase, ya casi ilegible, que es el lema de la Universidad: Sapientia aedificavit sibi domun (la sabiduría edificó aquí su casa).

Finalmente, el atrio está acotado por 20 leones sobre 18 columnas que tiene su origen en la concesión de la jurisdicción plena de la Universidad que le otorgó Felipe II: es decir que la Universidad traspasa al exterior su espacio, acotada por las columnas y unas antiguas cadenas formando un atrio en el que el rector era el que mandaba, hasta el punto de que la Universidad tuvo sus propias leyes, tribunal y presidio.

Unos  leones  sostienen escudos con el árbol de la sabiduría y otros,  escudos de armas de la Corona de Castilla.