Aunque no lo parezca, las tierras vallisoletanas han sido protagonistas en diversas contiendas bélicas a lo largo de la historia, y unas cuantas de sus poblaciones han sido escenarios de significativas batallas.
Sobre estos acontecimientos voy a proponer varios escenarios en distintos puntos de la geografía vallisoletana. No se me exija rigor histórico exacto, pues no es lo que persigo aquí, sino traer evocaciones y argumentos para animar a visitar esos parajes donde percibir las vibraciones de la historia, y visitar sus localidades próximas.
Será necesario apuntar, al menos someramente, las causas que han contribuido a esta notoriedad vallisoletana en el terreno bélico. Una de ellas es que Valladolid resulta paso obligado para las comunicaciones entre la frontera francesa, la capital de España y el vecino país de Portugal. También el que el Duero fuera frontera durante muchos años entre la España cristiana y la musulmana. Y no menos importantes fueron las disputas fronterizas entre los reinos de León y Castilla cuando estos se separaron. Además, la importancia de algunas poblaciones, como Valladolid, Medina del Campo y otras, en las disputas entre aspirantes al trono en diversos acontecimientos a lo largo de la historia (por ejemplo las aspiraciones al trono del bastardo príncipe Alfonso y el que fuera Enrique IV –hablamos de los tiempos que precedieron al reinado de los Reyes Católicos-). “Quién señor de Castilla quiera ser, Olmedo de su parte ha de tener”, se decía en el siglo XV.
En fin, que todo apunta a que las comarcas y villas vallisoletanas tengan un sitio en la historia, aunque sea por motivos bélicos.
Sugiero algunos casos, más o menos épicos e importantes, que marcaron hitos en la historia de España.

Simancas fue escenario de una de las más famosas, importantes y mejor documentadas batallas entre los emiratos musulmanes y los reinos cristianos. Tuvo lugar en agosto de año 939. Fue una gran victoria de los reyes cristianos de León, Castilla y Navarra sobre las tropas sarracenas: los historiadores dicen que aquella batalla marcó el declive definitivo de los musulmanes.
Corrían los primeros días de agosto del año 939, cuando el califa Abderramán III se presentó, según algunas crónicas –que hay que poner en cuarentena-, con 100.000 soldados a los pies de la muralla simanquina, que estaba defendida por tropas al mando del rey de León Ramiro II, que había conseguido unir a diversos nobles cristianos que aportaron soldados para la causa. La batalla, que duró varios días, fue muy cruenta y se desarrolló a lo largo de la margen derecha del Pisuerga al noroeste de Simancas. La batalla la perdió definitivamente Abderramán cuando se batía en retirada, y eso trajo como consecuencia que el control cristiano rebasara el Duero y llegara hasta asentarse a la orilla del río Tormes. Esta batalla fue uno de los acontecimientos más relevantes del siglo X en la historia de España, y de ella se habló en toda Europa y en los confines de Asia.
No obstante, aquella derrota musulmana no impidió que años después (exactamente en 981) Almanzor se presentara en Rueda para librar otra importante batalla que se decantó a favor de los sarracenos, y que tuvo consecuencias internas para los cristianos, pues los nobles gallegos se levantaron contra Ramiro III, obligándole a abdicar como rey de León en favor de Bermudo II.
Dejemos a moros y cristianos para saber que ocurrió entre los mismos cristianos, que no necesitaban de enemigos agarenos para enfrentarse entre ellos.
Apuntado queda que los ríos fueron importantes líneas divisorias: los puentes no eran precisamente numerosos, pocos los lugares de vadeo y no durante todo el año, y aunque ahora veamos escaso el Sequillo o inexistente el Trabancos, sin embargo en otras épocas no eran obstáculos fáciles de salvar.
Y esto nos lleva a situar el Sequillo y el Trabancos como líneas fronterizas, esta vez entre los reinos de León y Castilla. Me detendré en el Trabancos.
Vamos, pues, a Castrejón de Trabancos (que queda cerca de Alaejos y Nava del Rey) para recordar que en sus inmediaciones se desarrolló una trascendental colisión entre ambos reinos cristianos. Corría el año 1179 y las tropas leonesas del entorno de Toro y Castronuño, leales a Fernando II, se enfrentaron a las tropas de Alfonso VIII de Castilla. No estoy muy seguro de si en aquella ocasión hubo vencedores y vencidos pero cierto es que los historiadores aseguran que aquella cruenta reyerta obligó a firmar la paz, pocos años después -1183- entre ambos reinos.

Sigamos con los monarcas cristianos, y esto nos lleva a las batallas de Olmedo, pues dos fueron las que acontecieron. El 19 de mayo de 1445 las tropas de Juan II de Navarra, que tenían Olmedo en su poder acabaron enfrentadas en una nada pequeña batalla con los partidarios del entonces príncipe Enrique (futuro Enrique IV de Castilla).

El segundo enfrentamiento tuvo lugar el 20 de agosto de 1467. Entonces, de nuevo Enrique IV se enfrenta a los partidarios de su hermanastro Alfonso. Ambos se proclamaron vencedores y en la contienda estaban enredadas todas las familias notables de la época, alguno de los cuales estaban llamados a futuros acontecimientos: ¿se acuerdan de Beltrán de la Cueva, tan implicado en la lucha por la sucesión del trono entre Juana la Beltraneja e Isabel? pues por Olmedo andaba el tal Beltrán.
Algunas coplas se hicieron eco de estos acontecimientos de Olmedo.

Representación de la Quema de Medina. Foto cedida por Rubén García
Las luchas entre realistas y comuneros fueron unos de los enfrentamientos bélicos más trascendentes en la historia de España. Y esto nos lleva a poner de relieve un singularísimo acontecimiento que no tuvo las características de una batalla, pero sí el valor de la gesta. Me refiero a lo que se conoce como la “Quema de Medina”. Corría el año 1520, exactamente el 21 de agosto. Las tropas del emperador Carlos se presentaron en Medina del Campo para tomar las piezas de artillería que allí estaban custodiadas y, con ellas, dirigirse a tomar Segovia, en manos de los Comuneros: de madrugada, Antonio de Fonseca se presentó en las puertas de Medina exigiendo las piezas artilleras. El alcalde pronto se puso de su parte, pero los vecinos se negaron: juntaron todos los cañones en la plaza, desmontaron las ruedas y las cureñas y los rodearon para defenderlos. Las tropas realistas, en verdad escasas, no pudieron someter a los partidarios de la causa comunera, por lo que no tuvieron otra idea que prender fuego a Medina por diversos lugares para así provocar la desbandada del pueblo. Pero nadie se movió del lugar, y antes de que las llamas llegaran a prender los almacenes de los ricos comerciantes, las tropas del emperador se retiraron para que los habitantes de Medina pudieran apagar los fuegos. Aquello no hizo sino aumentar más las adhesiones a la causa comunera en las poblaciones de Castilla. Fruto de aquel notable hecho histórico es que en Medina haya una plaza de Segovia y en Segovia una llamada de Medina del Campo (solidaridad comunera).
Y el relato de la Quema de Medina nos lleva a la batalla de la Guerra de las Comunidades: la de Villalar. Fue aquel 23 de abril de 1521, cuyo desenlace no puso fin a la guerra pero supuso un punto de inflexión ya indudablemente favorable a los intereses del Emperador Carlos.

Ejecución de los comuneros, de Antonio Gisbert. Museo del Prado
Se desarrolló como a dos kilómetros de la población, aunque Padilla intentó que tuviera lugar en el casco urbano, instalando en él parte de su artillería. Era consciente de sus menguadas fuerzas frente a las tropas imperiales, y consideró que podría tener alguna ventaja evitando el campo abierto.
Fue una batalla no querida por los comuneros, pues en realidad pretendían llegar desde Torrelobatón (donde estaban acuartelados) hasta Toro para sumar refuerzos y aprovisionamientos. Pero sucedió lo inevitable, pues los imperiales interceptaban el camino que habían tomado las tropas comuneras. La batalla, bajo una intensa lluvia, fue una masacre para los de Padilla.
Lo peor de aquello es que descabezó parte principal de los caudillos comuneros, como bien sabemos.
Aquella triste derrota se recuerda en Villalar de los Comuneros. En el monolito de la plaza principal, levantado en 1889, se lee la siguiente inscripción: “A la memoria de Doña María Pacheco, Padilla, Bravo y Maldonado…”
Y más recientemente, en concreto en 2004, se levantó un monumento en el paraje llamado puente de Fierro (como a dos kilómetros de la población, al que se puede llegar andando por un camino acondicionado), y que recoge las siguientes palabras del poema de los Comuneros de Luis López Álvarez: “Desde entonces Castilla no se ha vuelto a levantar”.
Villalar de los Comuneros bien se merece una visita en días más sosegados que los que rodean la fiesta de la Comunidad. Y si se tiene ocasión, subir a la torre del Reloj que está frente al Ayuntamiento solicitando la llave con algún de antelación en el teléfono de la Casa Consistorial: excelentes vistas.
Daremos un salto para irnos a la Guerra de la Independencia, y dar cuenta de dos singulares acontecimientos bélicos.

Escultura de Aurelio Carretero en Medina de Rioseco. Recuerdo de de la batalla de Moclín
A poco más de cuatro kilómetros del casco urbano de Medina de Rioseco está el teso de Moclín, a cuyos pies se desarrolló un importante batalla de la que aún sigue estudiándose las causas de la derrota de los ejércitos españoles. Fue el primer enfrentamiento propiamente bélico entre tropas regulares francesas y españolas. Las tropas francesas ganaron la partida a los españoles. Aquello ocurrió un 14 de julio de 1808 y de ello ha dejado constancia un grupo escultórico de Aurelio Carretero inaugurado en 1908 junto al parque Duque de Osuna. Cabe añadir que acaso lo peor vino después de la batalla, y fue el saqueo de la ciudad de Medina de Rioseco por parte de las tropas francesas. Largo sería explicar las causas de la derrota, pero en lo que a las tropas españolas se refiere, se puede apuntar que buena parte de ellas eran bisoñas, obligadas a llegar al punto de batalla a marchas forzadas; el que los oficiales españoles no coordinaron adecuadamente sus movimientos; o el que los españoles emplazaron inadecuadamente las piezas de artillería, teniendo la luz cegadora del sol en contra.

Famosa fue la trágica escaramuza ocurrida en Cabezón de Pisuerga el 12 de junio de 1808 (es decir unas semanas antes de la Batalla de Moclín): las tropas francesas acantonadas en Burgos vieron peligrar la línea de postas que unía Madrid con Francia y que pasaba por Valladolid, por lo que se movilizaron para asegurar el servicio del correo. Aquel fatídico día, apenas 5.000 hombres inexpertos (estudiantes y seminaristas de Valladolid reclutados a marchas forzadas), se enfrentaron a 9.000 curtidos soldados franceses (por dragones se les conocía). Y los españoles, al mando de un incauto general se dejaron atrapar en el puente de Cabezón sufriendo en apenas unas horas centenares de bajas, muchas de las cuales aún semanas después seguían sin enterrar. A cada lado del puente hay sendos monolitos: uno recuerda propiamente la batalla, otro, más reciente y rodeado de banderas, recuerda la voladura del puente que ocurrió cuatro años después.
Y concluyo este recorrido anotando un hecho curioso: en Castrejón de Trabancos pudo cambiar el signo de la Guerra de la Independencia, pues aquí sufrió Wellington un importante susto cuando estuvo a punto de ser apresado por las tropas francesas que merodeaban por Rueda, lo que muy probablemente habría hecho que el curso de aquella guerra tomara otros derroteros.
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