UNA CARTUJA ABANDONADA

ANIAGO, UNA DE LAS DOS ÚNICAS CARTUJAS QUE EN ESPAÑA SE CONSTRUYERON MÁS ARRIBA DE MADRID.

La cartuja de Aniago, que es la única construcción de esta orden religiosa en Valladolid (en Burgos se levantó la de Miraflores) está por completo abandonada a su suerte. Esta Real Cartuja de Nuestra Señora de Aniago, en otro tiempo visitada por reyes y emperadores, apenas conserva algunas partes de su construcción original. Situada entre los términos de Valladolid y Villanueva de Duero, junto a la desembocadura del Adaja en el Duero, y no lejos de la del Pisuerga en el mismo río, rodeada de tierras de labranza que lindan con el extenso pinar del Esparragal.

Fue, siempre, un lugar habitado que, además, disponía de hospital y botica, y que ha pertenecido sucesivamente a los dos municipios citados. Primero los jerónimos, luego los dominicos y los cartujos desde 1445, los monjes han orado y recogido los frutos de sus árboles hasta que la desamortización de Mendizábal hizo que en 1835 pasara a manos de un particular, convirtiéndose desde entonces en una explotación agrícola que abandonó la conservación de los históricos edificios.

Para llegar hasta este singular conjunto de construcciones, se puede arrancar desde Puente Duero, entre cuyas casas a mano derecha, una vez pasado el puente románico en dirección a Villanueva, sale el camino de Aniago, que discurre entre pinos y tierras de labor.

El itinerario (al que habrá que dedicar unas tres horas entre ida y vuelta) podrá parecer monótono, pero no lo es, pues se puede disfrutar de toda clase de paisajes y arboledas: la masa pinariega, los chopos y otros árboles de ribera, las extensas tierras de cultivo, las laderas que, al otro lado del Duero, suben hasta el páramo de los Torozos. No faltarán cigüeñas de las muchísimas que anidan en las alturas de los restos de la Cartuja de Aniago, ni tal vez alguna garza que habite en las orillas de cualquiera de los ríos que rodean este camino.

Pero, sobre todo, al fondo pronto se verá la esbelta y característica torre de Aniago, que parece presidir, con su veintena de metros de altura, la desolación y el enorme abandono y ruina que le rodea.

Llegados hasta los restos de la cartuja, habrá que dedicar un tiempo a circundarla por completo para contemplar las distintas dependencias. Aunque los jerónimos se instalaron en el siglo XII, casi todo lo que se pueda ver tiene su origen en el siglo XV, cuando se cedió a los cartujos. Lo que queda de la iglesia y la espadaña es accesible, aunque con toda la precaución propia de un lugar ruinoso. Desde fuera se podrá ver aún parte del claustro gótico de forma cuadrada que conserva completo uno de sus lados, compuesto por 16 arcos y una puerta –descrito por Madoz como de “65 pasos de longitud y 7 varas y ½ de altura”-. En su interior todavía se pueden ver decorados en escayola, y un arco de piedra.

Y en la parte de la finca que mira al Adaja, están las dependencias de los monjes: edificio de dos alturas con un frente de 100 metros de largo. Y delante de él, un palomar ya completamente perdido.

Una pequeña iglesia, también gótica, cerca del antiguo claustro, es lo que mejor se conserva de todo el conjunto. Quizá porque haya estado en uso durante algunos años. El resto de construcciones –naves, almacenes y viviendas- son de moderna factura y asociadas a la explotación agrícola.

Visitado este sitio atrapado por la soledad, se puede volver por el mismo camino o buscar otros caminos por entre las tierras cultivadas que acerquen hasta la desembocadura del Pisuerga. Pero cabe advertir que en época estival la vegetación ribereña es tan lujuriosa que no será posible contemplar el punto en el que el caudaloso Pisuerga con su agua contribuye a la fama del Duero.