La huella del conde Ansúrez en Valladolid (I)
En palabras de Julio Valdeón, “trazar una biografía del conde Ansúrez es una tarea poco menos que imposible pues (de nuestro personaje) apenas sí tenemos otra cosa que unas escuetas referencias cronísticas (…) No obstante quizá lo más interesante al estudiar la figura del repoblador de Valladolid no sea tanto intentar penetrar en los pormenores de su peripecia vital, tarea por lo demás imposible, sino recrear aquella época que tanta transcendencia tuvo para el desarrollo de nuestra villa, y situar en la misma al conde don Pedro.”
Fernando Pérez Rodríguez-Aragón –Conservador del Museo de Valladolid-, dice que “El conde Pedro Ansúrez se convirtió en el más importante de los nobles del reino, ocupando el primer lugar entre los magnates en los diplomas emanados de la cancillería del rey”.
La figura del fundador, repoblador, poblador o impulsor (que de todas estas formas podríamos calificarlo) nos ha llegado cargada de muchas leyendas y tradiciones que no se pueden cotejar por la ausencia de documentación que las corrobore.
Pero lo más importante de nuestro conde y su esposa Doña Eylo no es tanto qué construyeron, sino que merced a su quehacer e influencia en la corte del Reino de León, legaron un Valladolid que con el tiempo alcanzó la mayor importancia en la historia de España. Como diríamos ahora: puso Valladolid en el mapa.
Mas, cierto es que hay algunas construcciones vinculadas al conde, bien porque se levantaran en vida de él, bien porque fueron producto de su iniciativa.
Y por ellas vamos a pasear con los ojos bien abiertos.
Sendas imágenes del conde y la condesa que presiden el salón de Plenos del Ayuntamiento de Valladolid. Son de finales del siglo XIX y de autor desconocido.
La torre de la Colegiata ansuriana que ha llegado hasta nuestros días es, bastante retocada, la puerta de entrada a la iglesia que, efectivamente se levantó en vida de los condes. Se consagró en mayo de 1095 con la presencia del mismo rey y los principales nobles del reino, amén de buena parte de la jerarquía católica de entonces.
La colegiata de Santa María la Mayor, que así se llamó, tuvo un trazado románico propio de su época, pero apenas dos siglos después se destruyó para construir otra gótica, hasta que ya en el siglo XVII de la mano de Juan de Herrera se levantó la iglesia catedralicia que ahora vemos.
De cómo fue aquella primigenia colegiata poco se sabe. Es más, a partir de las interpretaciones de lo poco que se conserva y su entorno, se puede llegar a conclusiones muy dispares. De hecho, dos prestigiosos arquitectos vallisoletanos que se han detenido en estudiar el tema ofrecen estas dos versiones de la colegiata: Javier Blanco considera que era un edificio de una sola nave con cubierta abovedada de 6,50 metros de anchura y unos 10 de altura; mientras que Óscar Burón se inclina por describir un edificio de tres naves de 17,45 metros de anchura interior y unos 45 de longitud.
En cualquier caso sí parece claro que la torre era la puerta de acceso al edificio y seguramente estaba coronada con un cuerpo de campanas. Mas, no hemos de dejar de anotar que algún estudio reciente muy concienzudo apunta a que tal vez la torre actual sea una construcción posterior a la propiamente ansuriana.
Es muy interesante también saber el porqué de la construcción de la colegiata en este enclave: ¿Por ser el punto más alto de la villa? ¿Porque no había sitio en la población que se encontró el conde? ¿Porque aún eran visibles las ruinas de una antiguo asentamiento romano, y por tanto un lugar noble?…
Lo que se conserva de la torre (con bastantes modificados) románica, y a a derecha restos de la colegiata gótica.
Dibujo del arquitecto Javier Blanco según su versión de cómo pudo ser la Colegiata ansuriana. A la izquierda, puentes sobre la Esgueva.
Cabe suponer que la iglesia de Santa María de la Antigua también se construyó en vida del conde, considerándola por parte de los historiadores clásicos como la capilla del palacio condal. Mas, con toda seguridad carecía de torre: la que ahora vemos es del siglo XIII o muy de finales del XII. No obstante, de la Antigua no hay noticia documental hasta 1177, es decir 59 años después del fallecimiento del conde. Lo cierto es que solo esta y el pórtico son los restos románicos que de la iglesia se conservan, pues dos siglos después tuvo numerosas reformas; y la actual que vemos es una reconstrucción completa neogoticista de principios del s. XX (a excepción de la torre y el claustro, como ya hemos dicho).
Imágen de la actual iglesia de la Antigua y cómo, en realidad, debió ser la que se construyó en tiempos de Ansúrez: se trata de la iglesia de Santa María de Riaza, Segovia.
Sin duda el puente Mayor de Valladolid es el que más literatura ha conocido y alguna que otra leyenda (como que su construcción se debe al mismísimo Satán). La tradición viene atribuyendo su erección al moro Mohamed por mandato de la condesa Eylo, en los años en que su esposo estaba junto al rey Alfonso VI en el asedio de Toledo; y después fue ensanchado por Ansúrez. De la existencia de un puente sobre el Pisuerga (o río Mayor) hay noticias en 1114 y más tardías en 1188, más ninguna de ellas nos permite afirmar que se tratara de un puente de piedra. Recientes estudios, como el de “La arquitectura de Puentes de Castilla y León 1575-1650” realizado por Miguel Ángel Aramburu-Zabala Higuera, se inclina por dar como fecha de construcción (en piedra) hacia el siglo XIII.
No obstante, lo cierto es que no existe un trabajo a fondo que haya estudiado y documentado el puente Mayor.
Cuenta la tradición que cuando el conde recaló en Valladolid después de que Alfonso VI le cediera estas tierras había dos iglesias: San Pelayo (luego San Miguel) y San Julián. Pero esto también se envuelve en la bruma ante la falta de documentación, pues cuando el conde llegó ¿qué había aquí?: ¿Una pequeña aldea dependiente de Cabezón? ¿Una simple granja agrícola y ganadera? ¿No había nada y el conde levantó las primeras construcciones? En fin, en estos dilemas se debaten los historiadores contemporáneos.
La medievalista Adeline Rocquoi sostiene que a la muerte del conde había cuatro iglesias: Santa María de la Antigua, la colegiata, y las antes citadas.
Por otro lado Pérez Rodríguez-Aragón relata que cotejando la escasa documentación de la época, “Pedro Ansúrez no menciona expresamente que estas iglesias hubieran sido fundadas por él; pero tampoco se dice lo contrario. Sin duda por aquel entonces ya eran de su propiedad, y al no existir tampoco testimonio de que las hubiera adquirido de un propietario anterior, es muy posible que San Julián y San Pelayo sean fundaciones de su tiempo”.
La gran obra del conde en realidad fue, como ya hemos dicho, la fundación o engrandecimiento de Valladolid. Eso se tradujo en la construcción de las iglesias comentadas y posiblemente la celebración de mercado regular (aunque la verdad es que este mercado no aparece en documento alguno hasta 1152). Tener mercado, merced a una concesión real, suponía mucho para una población, pues además del impulso de la economía, atraía comerciantes y artesanos que se establecían en la villa. Sí parece que el entorno de la colegiata se convirtió en el lugar más importante de Valladolid, lo que se tradujo en la aparición de un nuevo barrio, el llamado de las Cabañuelas. También se conoció como el barrio de francos y, de hecho, hasta el siglo XX la actual calle Juan Mambrilla se llamaba de Francos.
¿Ese nombre obedece, tal como relata Juan Agapito y Revilla, al asentamiento de soldados franceses en Valladolid que vinieron a España en ayuda del Alfonso VI para la conquista de Toledo y posterior contención de la arremetida de los almorávides contra los reinos cristianos? ¿O fue producto de que poco a poco se fueron asentando comerciantes, soldados, extranjeros que en general recibían el tratamiento de “francos”?…
Actual calle Juan Mambrilla, antiguamente llamada de Francos, en el barrio que comenzó a crecer en tiempos de Ansúrez.
Cómo sería la vista de Valladolid con su barrio de las Cabañuelas, según dibujo de Javier Blanco.
Si hiciéramos caso de la tradición, de algunos historiadores antiguos, así como de uno de los grabados que hay en la tumba del conde, a éste le debemos también dos hospitales, la primigenia iglesia de San Nicolás, e incluso una casa de mujeres emparedadas: es decir mujeres separadas que entraban en clausura. Ninguna de estas supuestas fundaciones condales se sostiene con la documentación en la mano.
No hay tampoco seguridad de que el matrimonio Eylo-Ansúrez dispusiera de palacio residencial, como tradicionalmente se ha venido atribuyendo al antiguo Hospital Esgueva. De esta fundación hospitalaria sabemos que en marzo de 1208 se cita la existencia de una “confratrie de Aseua” (cofradía de Esgueva). A mayor abundamiento, ya sabemos que el Pedro vinculado documentalmente al hospital era en realidad el abad de la colegiata; y que la fundación del hospital se puede situar hacia 1178: es decir, en ningún caso en vida del conde.
De cualquier manera, de haber existido un palacio condal no es el edificio del hospital, ni mucho menos, sino que este se levantaría, en todo caso, sobre el solar del palacio ansuriano.
Un palacio del que se ha llegado a decir que precisamente la Antigua era su capilla. ¿Por qué la duda? Por dos razones: no parece lógico pensar en un edificio suntuoso cuando los periodos de residencia de los condes en Valladolid eran más bien escasos, pues sin duda pasarían más tiempo en la corte de León (donde el padre de Ansúrez tenía su palacio), en Toledo (donde se ubicó la corte de Alfonso VI tras su conquista en 1085), o en Sahagún, era donde el matrimonio tenía el centro de sus posesiones, y por Valladolid recalaban cuando tenían que resolver problemas de administración de la villa.
Fotografías del Hospital Esgueva, derribado en los años 70, y detalle de su frontispicio. Y azulejo del hospital conservado en el Museo de Valladolid.
Desde luego, la colegiata es la gran obra de los condes, no tanto por lo que queda, sino por la naturaleza misma de la iglesia. Lo diré muy coloquialmente: la colegiata era la “hucha” de la familia. ¿Qué significa esto?
El matrimonio fue haciendo muchas donaciones a la colegiata: tierras de cultivo, solares, pastos, montes, tercias, viñas, ganado, municipios (con sus rentas), molinos, ermitas, iglesias, etc. Buena parte de los documentos más antiguos que se conocen de Valladolid tratan sobre transacciones relacionadas con Santa María la Mayor. Esta iglesia queda bien asegurada que es propiedad del conde (de los condes más bien), que a su vez, cuando marcharon a Urgel, la pusieron bajo la protección del Papa –que recibía rentas por este cometido-, para impedir que ni el mismísimo rey se pudiera apropiar de la colegiata. Cuando regresaron, digamos que la recuperaron rescatándola de la protección papal. Las donaciones a la colegiata y la forma de administrar los ingresos de sus enjundiosas rentas impedían que los descendientes trocearan la propiedad, y al mismo tiempo era una forma de fortalecer el clan familiar, pues no se podía dividir y obligaba a llegar a acuerdos entre los descendientes.
En definitiva, lo importante de la vida del conde Ansúrez es el desarrollo que conoció Valladolid: resultó sorprendente, teniendo en cuenta que aquella aldea del siglo XI no tenía ninguna importancia política o comercial; no estaba en el camino de Santiago; carecía de fortificación alguna (como sí disponían Simancas y Cabezón); no era sede de ningún obispado… es decir, era un villorrio llamado al olvido. Destino que cambió a partir de la presencia del conde Ansúrez y que terminó por ser, años más tarde de la muerte del repoblador, la villa en la que los reyes fijaron sus ojos y, con frecuencia, también su residencia. Desde entonces, aunque en esto no nos vamos a detener porque es otra historia, Valladolid fue el centro de la política en España, Y para ilustrar esta afirmación dejaremos anotado el trascendental acontecimiento de que en Valladolid en 1217 Doña Berenguela fuera reconocida como reina de Castila. Corona que, inmediatamente, traspasó a su hijo Fernando III el Santo que, años más tarde ostentó también la corona del reino de León.
Según los planos históricos de Valladolid, arriba, la villa a finales del XI y, más que triplicada su superficie, en el siglo XII. En el círculo destaco el barrio de las Cabañuelas, en torno a la Colegiata y la Antigua.