Hace siete años El Día de Valladolid publicó este reportaje que ya compartí con vosotros. Me he topado con él buscando cierta información para un artículo que próximamente publicaré en El Norte de Castilla. Volver a leerlo me ha hecho pensar sobre cuanto ha cambiado mi opinión sobre los lugares que hace esos años señalé como mis lugares preferidos de la ciudad de Valladolid… Y, ¡vaya! en nada a cambiado mi opinión, así que de nuevo os invito a visitarlos.
Rutas y parajes
LOS ÚLTIMOS PAGANOS: VILLA ROMANA DE ALMENARA-PURAS
Vamos a visitar un museo y yacimiento arqueológico de gran interés, sito en el término municipal de Almenara.
Las villas eran grandes haciendas que acaudalados romanos dedicaban a la explotación agrícola y ganadera. Las villas cercanas a las grandes poblaciones romanas solo eran habitadas por sus propietarios durante unos meses al año. No parece el caso de esta villa vallisoletana ni, en general, de las que existieron en Valladolid, que fueron unas cuantas. Es decir, que lo más probable es que sus propietarios las habitaran todo el año.
Tanto en la provincia como la capital se documentan un buen puñado de villas, además de haberse detectado numerosos restos romanos diseminados por el territorio, que se datan en diversos siglos de la existencia del Imperio Romano.
Algunos historiadores y cronistas atribuyen Valladolid a un origen romano: un asentamiento llamado Pincia (o Pintia). Otros investigadores hablan del nombre de Pisoraca (Pisuerga). Lo cierto es que en el subsuelo de la ciudad se han ido encontrando numerosos hallazgos de época romana: pavimentos y mosaicos, cerámicas, enterramientos, numismática, esculturas, inscripciones, etc. Además, restos y trazados reconocibles de diversas villas: en el Cabildo, en el pago de Argales, en Villa de Prado… De estas construcciones romanas nos quedamos con la de Villa de Prado, datada en el siglo IV d.C. Está entre la antigua Granja Escuela José Antonio y el nuevo Estadio José Zorrilla. De esta villa hay documentación y restos perfectamente reconocibles, algunos de los cuales se muestran en el Museo de Valladolid.
No hace mucho quedó al descubierto un hipocaustum (una gloria) en las inmediaciones de la Antigua. Lo que nos habla de un asentamiento romano en la ciudad.
Pero hay otras cuantas referencias romanas de cierta importancia histórica en la provincia: Montealegre (Tela), Tiedra (Amallobriga), Simancas (Septimancas), etc. A estas hay que añadir Becilla de Valderaduey, que conserva parte de una calzada y un puentecillo.
Hay datos o restos de sentamientos en Torozos, en la cuenca del Pisuerga, en Tierra de Campos… En fin, una pródiga relación que desborda por completo los límites de este artículo. En cualquier caso, es muy recomendable la visita al Museo de Valladolid para conocer la presencia romana en Valladolid.
De todos estos importantes yacimientos, nos vamos a detener en la villa de la Calzadilla sito en el término de Almenara.
De esta villa, datada en el sigo IV-V, hay noticias desde 1887, cuando un campesino dio noticias del hallazgo de un gran mosaico del Bajo Imperio. De hecho, parece que esta villa fue la primera de las descubiertas en Valladolid. En el año 1942 comenzaron unas excavaciones por parte de la Universidad de Valladolid que confirmó la importancia de esta villa. Y en el año 2003 abrió sus puertas al público el Museo de las Villas Romanas bajo el impulso de la Diputación de Valladolid.

Destaca Almenara por sus azulejos, alguno de los cuales está en el Museo de Valladolid, pero in situ hay unos cuantos de gran belleza y perfección, como por ejemplo el de Pegaso o el de los Peces.

Una larga pasarela que sobrevuela sobre los restos arqueológicos facilita la observación de las dependencias, perfectamente reconocibles.

A esta extensa pieza principal se ha añadido una reconstrucción de determinados ambientes romanos y una villa con todos los elementos que caracterizaban estas mansiones campesinas.
Antes de entrar al yacimiento, diversos objetos de época o sus reproducciones, así como amenos y concisos paneles explicativos, preparan adecuadamente la visita a la pieza original, lo que permite su mayor disfrute y configuran un complejo museístico que abarca al mundo romano de la provincia, de ahí el nombre de Museo de la Villas Romanas…
Pero no me resisto a detenerme aunque sea someramente en lo que nos cuenta el libro Los últimos paganos, un relato del antropólogo vallisoletano Luis Díaz Viana (su segundo apellido en realidad es Gongález). Se trata de algo más que una novela pues ambientada en la villa de Almenara, mezcla ficción con hechos históricos reales.

Vayamos al relato. En estas villas, conocidas como “pagos”, vivían pacíficamente los campesinos romanos (fueran propietarios o siervos), alejados de las intrigas de la metrópoli (en este caso Constantinopla, pues estamos hablando de la época del Imperio Bizantino) y en armónica convivencia con sus dioses. Esos seres que, aun estando en el Olimpo, eran asequibles y prácticos: uno se dedicaba a favorecer las cosechas, otro a proteger los ganados… Había un dios o diosa para cada asunto. La gente veía a sus dioses como seres cercanos que les ayudaba en caso de necesidad. Con ellos, los humanos conseguían ordenar su vida e interpretar lo desconocido, que era mucho en aquella época. Eran útiles para conectar con el más allá y les protegían de los males que pudieran acechar.
Más, algo ocurrió en Constantinopla: la conversión de Constantino y su madre Helena al cristianismo. No fue, como en general todas las conversiones, sino una decisión de conveniencia política y económica… Y claro, convertido el emperador y su corte, el resto de los romanos tenían que seguirle y despedir a los viejos dioses. El monoteísmo expulsaba al politeísmo. Como el imperio era muy extenso y no todo el mundo “comulgaba” con aquel cambio, sobre todo porque se llevaban muy bien con sus dioses de toda la vida, desde Constantinopla se facilitó que los infieles al nuevo dios, que normalmente eran los súbditos situados en los confines del imperio, comenzaran a ser acosados por los llamados bárbaros cristianizados. De tal manera que numerosas partidas de jinetes hostigaban a los últimos paganos (es decir, a los que vivían en los pagos) para que adoptaran por la fuerza al dios de los cristianos, además de dedicarse a arrebatarles sus propiedades.
Pues bien, conocida esta historia, acaso el visitante pueda hacerse una idea más interesante y curiosa cuando se acerque a recorrer esta villa romana, en medio de la planicie de las Tierras de Pinares.
Horario de visita: octubre a marzo: de jueves a domingos y festivos 10:30 a 14:00 y 16:00 a 18:00. Abril a septiembre: martes a domingos y festivos 10:30 a 14:00 y 16:30 a 20:00
CASTILLOS DEL SEQUILLO: UNA IMPORTANTE FRONTERA MEDIEVAL
El Sequillo, río de nombre y caudal modestos, de escasa prestancia y aparente inocencia, alcanzó protagonismo significado en las disputas entre los reinos de León y Castilla a lo largo de los siglos XII y XIII.
Durante setenta años se convirtió en parte de la frontera, junto con el río Trabancos, que en Valladolid dividía los reinos de Castilla y León. Entre 1157 y 1230 se partió en dos el reino cristiano del noroeste hispano: León por un lado y la naciente Castilla por otro. El Sequillo está en medio de los territorios que se disputaron los reyes de ambos reinos, pues necesitaban dominar las tierras de Campos, cuyo trigo llenaba los graneros de las aldeas y las despensas de los castillos. Para ello fundaron poblaciones, dieron prebendas a los nuevos moradores, amurallaron pueblos y levantaron castillos. Todo aquel intensísimo movimiento urbanístico y poblacional dejó una huella que todavía se percibe en las villas que jalonan el Sequillo.
Toda esta historia arrancó cuando a la muerte del rey de León, Alfonso VII (1157), este dividió el territorio entre sus hijos e hijas: aquí comenzó una continua disputa entre el consolidado reino de León y el emergente reino de Castilla. Una división que terminó cuando Fernando III llamado el Santo, y coronado en Valladolid, consiguió unir ambos reinos, allá en el año de 1230.
Aquella cadena de castillos del Sequillo alcanzaba un punto en el que se dividía entre los que, siguiendo el curso físico del río, llegaban hasta su desembocadura en el Valderaduey, ya en tierras zamoranas; y los que apuntaban hacia Toro, junto al Duero que, también fue frontera natural.
Superada la frontera y pacificados los territorios: junto a aquellos castillos (más bien pequeños, de sólidos muros, y construidos en lo alto de los tesos y en los bordes de Torozos), fueron apareciendo nuevas fortalezas pero ya con trazas palaciegas: no estaban tan pensadas para la batalla como para la residencia de los nobles. La prueba es que se levantan en el llano, confiados en que no habría más batallas entre los reinos cristianos, y ya los musulmanes no constituían ninguna amenaza al norte del Duero.
Pues vamos a hacer un recorrido siguiendo algunos de aquellos castillos que pespuntean el Sequillo. Fortalezas que seguramente sean las más antiguas de Valladolid, después de los castillos que en siglos precedentes defendieron las orillas del Duero frente a los musulmanes: hablamos de los siglos X y XI: Peñafiel, Curiel, Tordesillas.



Empezaremos por Valdenebro de los Valles. No existen documentos escritos que atestigüen su pertenencia a la cadena de fortificaciones fronterizas, más cuando uno se acerca a los escasos restos de su antiguo castillo, situado en el mismo casco urbano, y se asoma al amplísimo territorio que domina, no puede dejar de pensarse que en un momento u otro, este municipio fue plaza fuerte en su día… Y no debemos dejar de ver la curiosa torre de la iglesia del municipio, con su escalera de caracol a ella pegada. La base de la torre es románica del siglo XIII ,y la planta del templo ya pertenece al XVI. Las ruinas son accesibles.

Medina de Rioseco perdió todo rastro de su castillo, aunque se conserva, ya muy remozada, la puerta de Zamora conocida como Arco de las Nieves, por haber allí una capilla dedicada a la Virgen de las Nieves.

Puerta del Reloj de Villabrágima. Esta puerta (con un reloj instalado en el siglo XX), perteneció a la muralla que se levantó en el siglo XIII.



No es nada casual la ubicación del castillo de Tordehumos, y muy grande su importancia estratégica, pues desde él se domina casi todo el valle del Sequillo, y desde él se podían enviar avisos al resto de los castillos fronterizos. En el año 974 la localidad se la cita como Autero (Otero) de Fumus. Impresiona desde abajo la proporción que tuvo esta fortaleza que, ahora derruidas todas sus construcciones interiores (aunque es posible que queden restos por excavar bajo tierra), ha quedado reducida a una pequeña meseta desde la que se obtienen inmensas panorámicas de todas las tierras y caseríos que lo rodean: Rioseco, Montealegre, Villabrágima, Villagarcía, Urueña o San Pedro de Latarce están a la vista de quien pasee rodeando el borde de las antiguas murallas. En Tordehumos se firmó el famoso tratado entre el rey leonés Alfonso IX y el castellano Alfonso VIII (uno de los siete tratados que se firmaron entre ambos reinos a lo largo de aquella guerra de fronteras). Sirvió para pacificar las luchas entre ambos reinos. Corría el año de 1194: el rey castellano devolvería fortalezas al de León, y que en caso de que el leonés falleciera sin descendencia, el castellano heredaría su reino: la orden del Temple y la de Calatrava se comprometieron a hacer cumplir el tratado, y mantener la paz entre los reinos. Al castillo se sube fácilmente a través de una senda creada al efecto, y se puede recorrer alrededor, así como entrar al interior. Fotografía de la silueta de Urueña desde el castillo de Tordehumos. El castillo es accesible.

Del castillo de Villagarcía de Campos, tenemos noticias desde mediado el siglo XIV. En él se crió unos años el famoso Jeromín (Jerónimo), hijo natural de Carlos V. Aquel niño bastardo alcanzó relieve en la historia rebautizado por su hermanastro Felipe II con el nombre de Juan de Austria. De todas formas está en proceso de un profundo estudio arqueológico y rehabilitación de ciertas dependencias que, a lo mejor, revela una construcción más antigua de lo que hasta ahora se conoce. Es visitable en horario indicado.



Nuestro siguiente destino será San Pedro de Latarce. Tiene uno de los castillos más singulares de Valladolid, y seguramente de los más desconocidos: de planta ovalada, construido con cal y canto, se levanta en la misma orilla del Sequillo. Esta fortaleza perteneció a Doña Berenguela, madre de Fernando III el Santo. En algún momento de su historia estuvo en manos de los templarios, para pasar luego a la orden de San Juan. El interior del castillo, una vez perdida su función defensiva, albergó casas. En las imágenes también se puede observar el lugar de la puerta principal del acceso. Desde aquí retrocederemos para buscar Urueña, aunque la línea defensiva del Sequillo continúa por los municipios de Belver de los Montes y Castronuevo, donde desemboca en el Valderaduey, pero estos municipios, que se adentran en la provincia de Zamora, ya solo conservan escasísimos restos de sus fortificaciones. No es accesible.

A causa de la fama de sus murallas nos olvidamos de que Urueña aún conserva su castillo, ahora convertido en cementerio municipal. El castillo está junto a un pequeño lavajo que llama la atención por estar en lo alto del páramo torozano. Las murallas son paseables.

Y terminamos nuestro recorrido en Tiedra: en la fotografía, imagen de Tiedra vista desde Villalonso, inmediato a Toro. Municipios, ambos que también disponen de sendas fortificaciones. Tiene horario de visitas.
DONDE EL CANAL DE CASTILLA DEVUELVE SUS AGUAS AL PISUERGA
El estrecho desagüe del Canal de Castilla, que desde la dársena y salvada la carretera de Gijón, va a desembocar en el Pisuerga, junto al Puente Mayor de Valladolid, ha sido durante muchos años el último reducto de tradicionales huertos urbanos –ahora, por iniciativa vecinal y municipal se han ido abriendo huertos por diversos barrios de la ciudad-.
En el año 2001, el Ayuntamiento y la Confederación Hidrográfica del Duero decidieron convertir ese espacio en un jardín, que con el paso de los años se ha constituido en un bonito rincón de la ciudad tanto por su abundante vegetación como por los elementos históricos y urbanísticos que lo enmarcan.



Forman parte del parque la singular casa suiza con su emblemático secuoya –un árbol protegido por el Plan General de Ordenación Urbana-, y el edificio que fue la harinera “La Perla”, y allí las aguas del Canal terminan volviendo al Pisuerga. La Perla se construyó hacia 1857 pero un incendio ocurrido en 1912 obligó a reconstruirla casi en su totalidad. En 2006 cerró la fábrica y en ella se habilitó un hotel que cerró de mala manera en 2017. En 2018 se alojó en sus destruidas instalaciones un grupo de personas para “montar” en él un activo Centro Social llamado La Molinera. El edificio está declarado Bien de Interés Cultural desde 1991.




Carlos de Paz –un pintor de Valladolid que no se resiste a mostrar su creatividad plástica también en escultura- y que, titulado “Diálogo” se instaló en 2001, el mismo año que se inauguró el jardín.

En las rampas de acceso a los jardines, tanto desde la parte de la avenida de Gijón como desde la calle de las Eras, el Consejo Social del barrio de la Victoria, decidió, en el marco de la Agenda Local 21, aprovechando los muros de las rampas, que en ellos quedaran reflejadas evocaciones de las antiguas actividades de la zona: lavanderas, agricultores, fábrica de harinas, industria textil, tren burra… y también representación de la fauna y la flora característica del entorno –antaño más naturalizado, evidentemente-. Para ello se encargó al pintor Sergio Garrido que llevara a cabo la realización de diversos murales.


















EL TOMILLO, UN LUGAR CON HISTORIAS Y CURIOSIDADES
UN VOLCÁN EN EL TOMILLO
El Tomillo, un espacio verde de poco más de 9 ha. está al comienzo de la carretera de Renedo que se adentra en el Valle Esgueva. Es una zona verde, que espero que el Ayuntamiento pronto comience a adecentarla, y que tiene su historia, plagada de curiosidades y anécdotas.

Desde el siglo XIX, el Tomillo se ha considerado un lugar idóneo para sacar tierra y piedra destinadas a la construcción tanto de viviendas como de caminos y carreteras, y así está señalado en el mapa del Instituto Nacional de Geología. Incluso muchas familias de Belén y Pilarica, que fueron construyendo sus viviendas en las décadas de 1950 y 1960, venían al Tomillo a coger arenas para levantar sus propias casas. También había algún tejar.

Esa actividad extractiva ha dejado hondonadas y pequeñas cuevas que en diversas ocasiones han sido escenario de macabros y luctuosos hechos.
Contado esto, vamos a conocer algunas de las historias y curiosidades que han acaecido en el Tomillo.
Desde el siglo XVII hasta XIX, en la cuesta del Tomillo estuvieron los pozos de la nieve del Palacio Real, por eso era frecuente que en los anuncios de venta de arena, productos de huerta, casas o animales en la zona, señalaran el lugar como “pago titulado Pozos de la Nieve, conocido también con el nombre de Cuesta del Tomillo”.
Es curiosa esta noticia que publicaba El Norte de Castilla el día 2 de mayo de 1878: “Anteayer fueron conducidos a la Inspección de orden público siete chicos de 14 y 15 años por apedrearse en la cuesta del Tomillo. No comprendemos como no se impone una multa a los padres de los mismos por el abandono en que tienen a unos jóvenes que de no corregirles en la tierna edad, serán más tarde perjudiciales a la sociedad aún a ellos mismos.”
Ese mismo año, pero el 28 de diciembre, el periódico publicó lo siguiente: “Hace unos días que en la cuesta titulada del Tomillo, se advierte el cráter de un volcán que está en erupción desde ayer a las cinco de la tarde. Las autoridades han adoptado las medidas oportunas para que el numeroso público que va a presenciar esta extraordinaria novedad, no sufra con la ardiente lava que despiden los antros de aquella cuesta incendiada. No hay que lamentar desgracias personales”… ¡Ah, que era el día de los Inocentes!
EL FIELATO Y ALGUNOS CRÍMENES
Hasta la década de 1960 hubo un fielato, es decir, un puesto donde el Ayuntamiento cobraba por las mercancías que se venían a vender a la capital. Son unas cuantas la noticias que hay sobre este fielato. Por ejemplo, aquella de mayo de 1897 en la que el cabo y los guardas de la guardia montada detuvieron a varios individuos que trataron de eludir el pago de impuestos de cuarenta cántaros de vino que traían a Valladolid y por supuesto, les decomisaron el género. Otra noticia de 1939 da cuenta de disparos y pedradas entre guardias y contrabandistas.

Son unas cuantas la noticias que tenemos de actos delictivos que han ocurrido en el Tomillo. Vamos a relatar los más sobresalientes.
Corría en mes de junio de 1874 y al amanecer se halló el cadáver de un guardia de campo asesinado de seis puñaladas y rota la cabeza. Hecha la autopsia, las autoridades abrieron las diligencias sobre el crimen, sin que se sepa como concluyó la investigación.
Tremenda fue la noticia que corrió por todo Valladolid en febrero de 1897: unos muchachos que andaban jugando por el Tomillo vieron a dos mujeres que portaban un bulto sospechoso. Unos obreros agrícolas que también las vieron, pensaron que estaban dando un rodeo para eludir el pago de impuestos en el fielato. Los muchachos, sin embargo, se percataron de que las mujeres estaban haciendo un hoyo, y cuando se marcharon las mujeres, se acercaron al lugar y, horrorizados, descubrieron una criatura muerta envuelta en unos trapos oscuros. Traslado el cadáver al Hospital Provincial, la policía inició las pesquisas. Desconocemos si las mujeres fueron detenidas, pero la policía dijo que tenían bastantes pistas sobre ellas.
Veamos otro caso tremebundo. Abril de 1930, tras un horroroso crimen en el que unos desalmados mataron al ermitaño de la ermita del Cristo del Otero, de Palencia, la policía descubre que el dinero, varios cálices, una patena y diversos objetos de plata y oro que habían robado lo escondieron en la Cuesta del Tomillo. Los autores fueron detenidos y condenados a cadena perpetua tras conmutarles la pena de muerte.

Llamativa es esta noticia del 22 de diciembre de 1881: “fueron detenidos en las cuevas de la Cuesta del Tomillo tres jóvenes (el mayor de 20 años), autores del robo sacrílego en la iglesia parroquial de San Nicolás”.
Pero, sin duda, lo que más fama dio al Tomillo en toda la ciudad, fue el descubrimiento en el pago “las Cascajeras”, de las latas en las que las que se localizaron poco más de 2.000.000 de pesetas de los 5.200.000 que en agosto de 1964 habían robado en el Banco Castellano. La recuperación de las latas fue posible porque colaboró uno de los ladrones. El hallazgo se produjo el 4 de noviembre de 1965.
ACCIDENTES LABORALES Y RECREO FESTIVO
Como hemos dicho, el Tomillo era un lugar para extraer arena y piedra. Un trabajo que dio lugar a varios accidentes laborales, como el que le ocurrió en noviembre de 1900 a un joven de 13 años de edad que estando trabajando en una cascajera, se hundió un pedazo de tierra y como consecuencia sufrió una herida en la cabeza y la pierna derecha fracturada. Peor parado resultó otro obrero cuatro años después, pues falleció en un accidente que alcanzó a otros dos compañeros: un desprendimiento de tierras cayó sobre la cuadrilla. Los otros dos resultaron con heridas leves. Hubo más casos de accidentes laborales mortales en el Tomillo: en uno de ellos murió un joven de 16 años.

El Tomillo era para mucha gente de la ciudad un paraje un tanto exótico, hasta el punto de que una asociación excursionista organizó una marcha nocturna por el parque un sábado de junio de 1913. Los expedicionarios deberían ir provistos de desayuno pues la excursión duraría hasta las primeras horas del domingo.
En la cuesta del Tomillo, o carretera de Renedo, hubo ventorros y merenderos desde el siglo XIX. Uno de ellos, el Tomillo, que es el que más ha perdurado y que por tanto muchos lectores y lectoras recordarán, en 1946 se conocía como “ventorro” y en 1949, como “merendero”. También estaba el Tomillar, que en 1979 se anuncia como “figón el Tomillar”.

Del mesón El Tomillo podemos contar que en 1955 inauguró una bolera tipo montañés en la que se celebraron algunas competiciones importantes en las que participaban incluso aficionados venidos de fuera. Y en su carta presumía de ricos caldos del país (vino), sabroso queso y ristras de embutidos. Además, tenía un horno de asar a la vista de la clientela.
La Cuesta del Tomillo en los años 50 del siglo XX era un lugar al que acudían las familias para distraer en el campo sus ocios dominicales. Los lugares de Valladolid que se frecuentaban los domingos y festivos eran las riberas del Pisuerga, la Fuente de la Salud, las Arcas Reales, la fuente del Sol, y también el Tomillo. Aquellas formas de ocio fueron cambiando a medida que la gente fue adquiriendo un vehículo y se iba a lugares más alejados de Valladolid.
El Tomillo comenzó a entrar en declive en la década de 1970, pues ya se empieza a detectar la existencia de escombreras. Aún así, en las Ferias de 1978, la Peña Motoristas del Pisuerga organizó el I Trofeo San Mateo de motocrós categoría senior nacional. Poco tiempo después la misma peña organizaba cursillos de motocross en el mismo lugar.
No obstante ese declive del Tomillo, todavía había familias del barrio Belén que iban a pasar las tardes de verano, donde compartían tortilla de patata y vino con sus vecinos. Un recuerdo que aún perdura en la memoria de los entonces niños y niñas de Belén.
MOLINOS DE VIENTO
En prácticamente todos los ríos, arroyos y canales vallisoletanos hubo molinos movidos por el agua. Estos ingenios de piedra tuvieron las más variadas actividades. Por supuesto, para hacer harina del trigo, pero sus muelas, rodeznos, cárcavas y saetines sirvieron también para moler la rubia con que confeccionar el tinte rojo, hacer papel, elaborar aceite, o fabricar pólvora.
Y contra lo que pudiera parecer, no fueron pocos los molinos de viento que también se construyeron en Valladolid, especialmente al norte del Duero.
De los testigos que quedan de aquellos molinos, podemos decir que su silueta, de adobe, tapial o piedra, desvirtuada por el deterioro del tiempo y la lejanía de la época en que dejaron de funcionar, ha llevado a que con frecuencia se confundan con restos de alguna torre de observación o algo así. Pero no, fueron molinos con sus aspas. Algunos otros se transformaron en palomares, aunque sus paredes, estructura y la presencia próxima de la piedra de moler u otros instrumentos inconfundiblemente molineros, adviertan de que aquello fue, en su tiempo, un molino.
Casi todos los molinos que aún mantienen siquiera una leve traza están en el norte y oeste de Valladolid: en Tierra de Campos y bordes de Torozos. Solían construirse en lo alto de cerros y tesos, donde era más fácil aprovechar las veleidades del viento. En general, estos molinos no son tan grandes y espectaculares como los de cubo o los de aceña, pero son una exquisita muestra de la ingeniería y de la técnica constructiva.

No fue anecdótica la existencia de molinos de viento, sino de cierta importancia y para ello baste decir que el diccionario de Madoz recoge la existencia de tres molinos harineros de viento en Villalón de Campos, o que en Medina de Rioseco existe un pago conocido como “Molinos de viento”. De este municipio se conserva un grabado publicado en el Semanario Pintoresco
Español (Biblioteca Nacional de España), en el que están dibujados dos molinos dominando una ladera próxima a la ciudad.
Todavía se pueden ver restos de molinos de viento, siquiera mínimamente reconocibles, en Aguilar de Campos, Barcial de la Loma, Cabreros del Monte, Castromembibre, Castromonte, Cuenca de Campos, Palazuelos de Vedija, Santa Eufemia del Arroyo, Valdunquillo, Villabrágima, Villafrechós, y Villagarcía de Campos. Noticias hay de molinos ya completamente desaparecidos, además de los citados de Villalón y Medina de Rioseco, en Moral de la Reina, Rueda y Villardefrades.

Molino de Aguilar de Campos, restaurado dejando bien patente la construcción original en piedra y ladrillo, y la cubierta y aspas, de moderna construcción. Es de propiedad privada y se puede visitar concertando previamente

En Barcial de la Loma aún es reconocible un molino que se transformó en palomar, tal como atestigua la piedra de moler que está en el suelo junto al palomar


Restos de los dos molinos de Cabreros del Monte



Molino de Cuenca de Campos, Villafrechós y Villabrágima (transformado en palomar)




En Castromembibre, el Ayuntamiento ha reconstruido el molino, que se puede visitar y subir
Sobre los molinos de Valladolid en general, los investigadores Nicolás García Tapia y Carlos Carricajo Carbajo nos han legado un extraordinario libro.
UN PASEO ENTRE LA NATURALEZA Y LA HISTORIA: GR 14 SENDA DEL DUERO.
El Duero a su paso por la provincia de Valladolid recorre unos 140 kilómetro y eso es, más o menos, el número de kilómetros que suma la senda GR 14.
Hace como un año, la Federación de Deportes de Montaña, Escalada y Senderismo de Castilla y León deshomologó la Senda de Gran Recorrido del Duero catalogada como GR 14. Esta senda de 750 kilómetros recorre las provincias de Soria, Burgos, Valladolid, Zamora en Salamanca, pegada en su mayor parte a las orillas del Duero. La Federación de Montaña alegó falta de mantenimiento de la misma. En estos momentos la Junta de Castilla y León está tratando de buscar una solución para volver a homologarla.
En cualquier caso esto no quita para que la senda siga ahí, bien señalizada y por tanto abierta a cuantos quieran recorrerla. Bien es verdad que en algunos tramos la maleza se ha apoderado del sendero y eso lo hace incómodo para el caminante y casi imposible para su recorrido en bici. No es este el caso del tramo que vamos a recorrer, que es óptimo para hacerlo en bicicleta.
El verano va declinando y es un buen momento para recorrer algún tramo de este largo sendero que atraviesa Valladolid por completo.
En este caso propongo hacer el tramo de sendero que va a desembocar al embalse de San José, en el término de Castronuño, que es nuestra gran referencia de este río, al estar el embalse enclavado en el único Espacio Natural que tiene Valladolid y que se reparte entre los términos de Tordesillas, Pollos, Torrecilla de la Abadesa y Castronuño.
Se trata de un largo recorrido de unos 24 kilómetros que lo iniciamos desde Torrecilla de la Abadesa-
Es un recorrido que ofrece interesantes referencias históricas y arquitectónicas, así como recorrer el encinar más extenso de la provincia de Valladolid.
Pues ahí vamos, y repito que es muy apropiado para hacerlo en bicicleta.


Torrecilla de la Abadesa es uno de esos municipios que queda un tanto apartado de vías principales de comunicación, por lo que es necesario dirigirse expresamente a él. Un municipio pequeño pero que ofrece algunas referencias históricas y arquitectónicas muy interesantes. Su nombre de “Abadesa” se debe a que hasta el siglo XIX el caserío pertenecía al Real Monasterio de Santa Clara de Tordesillas y estaba regido, por tanto, por una abadesa. Tiene una iglesia del siglo XVI-XVII (en la imagen la entrada al municipio viniendo desde Tordesillas). Una antigua y extensa era, en la que todavía incluso se aprecia el empedrado, se alzan estas dos esbeltas y singulares casetas de era.

La senda discurre en paralelo al canal de Tordesillas, hasta el caserío de Torre de Duero. Los viñedos de esta finca forman parte de los vinos de la Denominación de Origen Rueda la más antigua de Castilla y León (1980). Las casas de las fincas se agrupan en torno a una ermita de estilo románico-mudéjar.

En este punto, inmediato al caserío de Torre Duero, el sendero se aparta bastante del río, hasta que lleguemos a la Dehesa de Cubillas.



El sendero se adentra en la Dehesa de Cubillas, una extensísima finca en el término de Castronuño. Se trata del encinar más extenso de Valladolid: de algo más de 3.000 hectáreas, en la que solo hay una pequeña parte dedicada al cultivo. En la travesía observaremos un vallado. Se trata de la finca de la Rinconada, dedicada por su propietario a la caza del ciervo y el jabalí. Eso hace del término de Castronuño que tenga la singularidad de disfrutar de la berrea entre los meses de septiembre y octubre: un profundo bramido producido por los ciervos que ofrece un auténtico espectáculo sonoro de la naturaleza.



La senda pasa junto al caserío de Cubillas. La noticia escrita más antigua que hay sobre este enclave se remonta al siglo XII: el rey Alfonso VIII saldó una deuda con la Orden de los Templarios dándoles esta propiedad. Aunque ahora Cubillas pueda parecer pequeña, sin embargo tuvo su importancia histórica e incluso estuvo amurallada, y jugó un papel en la Guerra Civil de Castilla (o Guerra de Sucesión) entre los Reyes Católicos por un lado, y Alfonso V de Portugal y el príncipe Juan de Portugal. Cubillas estaba del lado de los portugueses, aunque más tarde pasó a manos de los Reyes Católicos, que mandaron derribar sus murallas y destruir el castillo. Luego perteneció a la Iglesia y tras la Desamortización la compró el ilustre militar Narváez. En cuyas manos de sus herederos sigue.


De la senda del Duero parte un camino público que lleva al pico del Gurugú, una excursión que nos guardamos para otro momento, pues bien merece la pena, aunque solo sea por las extensas e impresionantes vistas que ofrece. De momento dejamos un testimonio gráfico del enclave y sus vistas.

Nuestro destino ya está cerca y nos lleva a la Reserva Natural de las Riberas de las Riberas de Castronuño- Vega del Duero. En la foto, tomada desde la Muela (ya en Castronuño), el camino que traemos viene por la derecha hasta atravesar el puente de la presa de San José que aparece al fondo de la imagen.
NOTA. En este mismo blog hay sendos artículos sobre Castronuño y el embalse:
“Castronuño, entre la historia y el paisaje”, y “Un paseo en torno al paraíso: embalse de Castronuño”
LORENZO DUQUE, LA HUELLA DEL CANTERO
“Valladolid la mirada curiosa” se toma un descanso hasta mediados de septiembre. Pero os dejo un artículo que anima a pasear por algunos rincones de la provincia, e incluso de la capital. Para ello propongo hacer un recorrido siguiendo las esculturas de Lorenzo Duque.
Lorenzo Duque nació en La Mudarra y vive en Laguna de Duero. Durante unos cuantos años compatibilizó su pasión por la escultura con el trabajo en una empresa de automoción, hasta que decidió dar el paso para dedicarse por entero a vivir del arte, que esa sí es una verdadera aventura. Cuenta él mismo que se recuerda de muy niño cogiendo las pastillas de jabón de su casa y haciendo figuras con ellas, pues, como es lógico, eran fácil de trabajar por su blandura. En la piedra se inició cuando tenía apenas unos treinta años.
Trabaja todos los materiales posibles: hierro, madera y piedra de diferentes calidades. Pero su preferida es la piedra del Alcor, pues no en vano nació en La Mudarra, población situada en el Monte de Torozos.
Duque es, salvo que mis datos me fallen, el escultor vallisoletano que más obra pública tiene repartida por municipios de Valladolid.
Lorenzo Duque también tiene obra en otros municipios de Castilla y León y España: la Senda de Ursi (Villabellaco –Palencia-), Páramo del Sil (León), Burgos, Santiago de Aravalle (Ávila), etc.
En general, las obras de Duque atienden a dejar testimonio de algún acontecimiento, un personaje o una referencia histórica. Y siempre detrás de cada obra suya hay un relato: nada está hecho al azar o por mera demostración estética. Ir a cada uno de los lugares donde se pueden encontrar sus obras nos aporta el plus de que además de contemplar su trabajo artístico, nos lleva a interesarnos por el personaje o el acontecimiento representados.
Así que propongo hacer un recorrido por varios municipios de la provincia siguiendo el rastro de sus esculturas.
Desde luego no debe intentar hacerse todo de un tirón, pues hay que disfrutar de un rato de paseo por el municipio y de visitar los lugares singulares que pueda haber en su entorno.

Lorenzo Duque delante de la entrada a su taller en Laguna de Duero.
Empezaremos el recorrido por la localidad donde reside y tiene su taller, al que ha bautizado con el nombre de Canis Lupus.
Son unas cuantas las esculturas que tiene en Laguna de Duero: El aire de los sueños (en la Casa de las Artes), un crucero en la plaza de la Iglesia, Homenaje a los donantes de Sangre (avenida de Madrid), Homenaje a todas las Comunidades (plaza de las Comunidades), Homenaje a Nelson Mandela, con la plaza que lleva su nombre, Homenaje a Francisco Pino (poeta) en la calle 6 de diciembre, Homenaje a Juan Manuel Sánchez (paseo de la Democracia) y varias esculturas de madera en el entorno del Lago. También ha participado en el grupo escultórico colectivo de Homenaje a los represaliados (avd. de Laguna).
Pero aquí dejamos testimonio gráfico de dos: los homenajes a Eleuterio Arribas, junto al Centro de Salud en la avd. de Laguna, y a Fernando Alonso en la plaza que lleva su nombre.


Eleuterio Arribas Santos (1907-1999) fue un popular y apreciado barbero, practicante y partero de Laguna que acudía donde lo necesitaran con su inseparable bicicleta. Y Fernando Alonso Alonso es un destacado y prolífico escritor burgalés de literatura infantil afincado en Madrid que durante muchos años ha colaborado desinteresadamente con la biblioteca municipal de Laguna.


En la plaza Millán Santos, del barrio de las Delicias de Valladolid hay una escultura del que fue cura párroco de Santo Toribio de Mogrovejo que da nombre a la plaza. No me voy a detener en la historia de esta gran persona que falleció en 2002 y que ha dejado un indeleble recuerdo en Valladolid. Baste aquí decir de él que tanto se preocupó de incentivar la formación cultural y personal de la gente humilde del barrio como de atender sus obligaciones parroquiales. A los pies de la escultura una frase de Millán: “nada pedir, nada rechazar”. Por cierto, todo el altar de Santo Toribio está esculpido en piedra por Lorenzo. Y en los jardines del antiguo Hospital Viejo, actuales de pendencias de la Diputación, hay una escultura titulada Torozos.
Een la plaza de Baden Powell, Parque Alameda, hay una pieza suya que se instaló en 2012: se trata de un homenaje al personaje que da nombre a la plaza, el militar británico fundador de los Boys Scouts.

Delante de la puerta de la iglesia de Cabezón de Pisuerga, una escena del Nacimiento de Jesús, lleva la firma de Lorenzo.

En la Casa de Cultura de Villanubla se puede ver un bajo relieve representando una escena del Paloteo, una danza tradicional de este municipio.

Lorenzo no está nada satisfecho de esta representación del rey Wamba en una pequeña glorieta que da acceso al municipio de mismo nombre. Circunstancias no demasiado agradables ajenas por completo a él le condujeron a tener que terminarla deprisa y corriendo para que estuviera lista el día de la inauguración de las obras (julio de 2009) del pueblo que llevaban aparejada esta pieza escultórica: “No me reconozco en ella”, comenta Lorenzo. Pero ahí está y siempre merece la pena visitar Wamba, por muchos motivos.

Hacia la mitad de la calle principal de La Santa Espina, se encuentra esta escultura. La obra la realizó en 2007 durante los actos conmemorativos del 50 aniversario del pueblo como homenaje a los primeros pobladores. La materia prima con que está realizada es piedra de los montes Torozos, la preferida por Lorenzo.


En Villalar de los Comuneros, Lorenzo ha dejado un conjunto de esculturas en troncos secos de árboles. Están junto a la piscina, en un agradable parque en el que se ha creado un Centro de Interpretación de Villalar de los Comuneros. Y también en Villalar, en la plaza del monolito, se han instalado en el suelo unos redondeles siguiendo el modelo de los «roeles» del escudo de Medina del Campo, en los que se recuerda de personajes de la historia de España. Están hechos por Lorenzo.



El paseo del Arte de Serrada, que comienza a la salida del municipio, junto a las piscinas, termina en la plaza del Milenio, con una obra de Lorenzo Duque. Y sin salir de la localidad, en la plaza del Rollo, un grupo escultórico titulado Encadenados: ha desaparecido la acacia con representaciones de duros trabajos tradicionales con los que la gente se ganaba la vida, a la que un perro y una familia estaban encadenados. Y detrás del interesante frontón del municipio – junto a la iglesia-: Nuestro pueblo, con versos de dos poetas serradeños: César Medina y Chencho.


Lagarejo, y Vendimiador son dos piezas instaladas en el municipio de La Seca, municipio muy vinculado al vino. Es más, donde nunca se perdió el cultivo de la famosa uva verdeja, con la que se elaboran excelentes vinos blancos. Piedra de Campaspero.

Algún monolito tiene Lorenzo que le encargaron para conmemorar la inauguración de algún tramo de carretera. Pero de entre todos el que sin duda tiene mayor interés es el que hay en el área recreativa de San Miguel del Arroyo. Hecho en piedra de Campaspero, se instaló en 2006 al tiempo de inaugurar un tramo de la llamada autovía de Pinares que une Valladolid con Segovia. La obra escultórica representa la fachada de San Pablo de Valladolid y el acueducto de Segovia. Llama la atención el detalle de que Lorenzo incluyera en el mapa de Castilla y León el condado de Treviño, cosa que casi nunca se representa cuando se perfila el contorno de esta Comunidad Autónoma.


En Campaspero, un dolmen a la entrada del municipio anuncia que estamos en territorio donde la piedra es una riqueza del pueblo, y en el Museo de la Piedra, una escultura homenajea a los canteros. Ambas tienen la firma de Lorenzo Duque.

En su taller guarda numerosa obra de menor tamaño, en la que aborda variados temas, como las dos piezas que mostramos a continuación: un Thor, dios del trueno, y una Esfinge, hecha en en cuarcita multicolor:


Y esta pieza, inspirada en la Venus, y realizada en piedra rosa de Sepúlveda, es la primera que hizo en su vida que ya se pudiera mostrar al público. Se la compraron en una exposición de Medina de Rioseco, hace unos cuarenta años. Con el paso de los años se colocó en el vestíbulo del Teatro Principal -María Luisa Ponte-, de esa localidad:

EL VUELO DE LA CARPA: MUSEO ORIENTAL
El centenario Museo Oriental ya tenía organizada una colección en 1874, aunque solo con el objeto de mostrar a los seminaristas agustinos-filipinos las culturas en las que habrían de sumergirse cuando, ya formados, marcharan hacia Oriente.
El museo, acaso uno de los más desconocidos de Valladolid, acoge la mejor colección de arte de Extremo Oriente existente en España, y abarca una cronología que va desde el siglo VI a. C. hasta el siglo XXI.
Se trata de piezas y objetos que se centran en las culturas china, filipina y japonesa.
En 1908 se colocó la colección en un enorme salón del convento. Y a partir de aquel año el Museo se abre al público aunque sólo a los varones, pues las normas de entonces establecían que en un convento de frailes no podían entrar mujeres. Esta restricción desaparece por completo en 1980, cuando se abre en las dependencias actuales. El Museo no está estancado con su colección original, sino que se enriquece con nuevas aportaciones, como la que hizo en su día la familia Ibañez-Urbón, que cedió varias porcelanas chinas Yuang que abarcan un periodo que va desde el siglo XIII hasta el XXI.
¿Qué nos vamos a encontrar en este museo? La verdad es que es imposible resumirlo, pues se trata de una ingente variedad de objetos, materiales y costumbres. Pero podemos destacar los esmaltes, la cerámica y porcelana, las lacas, esculturas en jade y marfil, sedas, caligrafía, mobiliario vario, armas y armaduras, vestimenta, etc. etc. además de numerosas fotografías, grabados y dibujos.
Más, antes de comenzar un recorrido por el museo es necesario indicar que en él está muy presente la figura de fray Andrés de Urdaneta. Este monje agustino no solo encabezó la primera expedición de seminaristas a Filipinas, sino que su fama trascendió por haber sido el que estableció el llamado “tornaviaje”. Esta ruta, que se utilizó durante siglos, marcó a los barcos el rumbo de ida y vuelta entre Filipinas y México, y permitió un continuo trasiego de mercancías y especias de todo tipo que, desde México, terminaban por llegar a España. Itinerario que siguieron buena parte de los preciados objetos que se exponen en el Museo, entre los que se encuentran los famosos mantones de Manila que, en realidad, proceden de Cantón o la provincia de Fukien, ambos enclaves en suelo chino.
Entremos en algunos detalles sobre este interesante viaje: en 1559 Felipe II escribe desde Valladolid una carta a Urdaneta en la que pide al que antes fue experto marino (que incluso navegó junto a Juan Sebastián el Cano), que condujera las naves reales desde Méjico (que es donde estaba el agustino), hasta Filipinas y que las hiciera regresar con éxito: le estaba pidiendo que hiciera un viaje de ida y vuelta que hasta entonces jamás se había realizado. Y así se llevó a cabo en el año de 1565. El viaje de ida y vuelta se hizo por rutas distintas, para aprovechar los vientos favorables a las velas de las naves.
El museo tiene, además, un valor añadido: el edifico en el que se halla emplazado… Pero, pasemos a deambular por sus salas, deteniéndonos con detalle en algunas de sus piezas.
La sede del museo está en el edificio neoclásico que comenzó a construirse en 1759 siguiendo los planos del afamado arquitecto Ventura Rodríguez. Este arquitecto tiene numerosa obra pública y religiosa en toda España: Palacio de Liria, fachada de la catedral de Pamplona, culminación del Pilar de Zaragoza, capilla Real de Madrid, balneario de las Caldas, etc. etc.
Pasillos y claustro, en el que se ha instalado un busto del padre Manuel Blanco, importante botánico del siglo XIX. Describió más de dos mil especies de la flora filipina y su obra tiene el especial valor de indicar las aplicaciones culinarias y medicinales de cada especie.
Entrada al Museo.
Blas Sierra, director del Museo, en una de las salas de China destaca un dibujo sobre papel, titulado “Carpas remontando una cascada”, de la Dinastía Ming, que gobernó China entre 1368 y 1644, en el que se ve una gran carpa que parece pretender alcanzar la luna anaranjada que preside el cuadro, mientras que las olas, casi unas garras, tratan de atraparla impidiéndola cumplir su sueño. Es, en definitiva, una metáfora que representa la lucha contra los obstáculos que el ser humano ha de superar para conseguir sus deseos.
La pintura está muy influenciada por el taoísmo, que muestra su amor y sensibilidad por la naturaleza. A buen seguro que el cuadro lo pintó algún monje budista que, al igual que otros pintores y poetas, escogió para su “fugis mundo” –cual anacoretas- las montañas o las orillas de los ríos. Dice la leyenda que se comunicaban entre ellos a través de las carpas: depositaban un mensaje en la boca del pez para que este lo llevara hasta otro eremita asentado en alguna montaña o en otro remoto lugar de la orilla de algún río.
Y como en todo cuadro chino que se precie, se verá una muestra de caligrafía –los ideogramas-, que representa el arte de escribir. Pero en lo que a caligrafía se refiere nos fijaremos en otras muestras. En China, la caligrafía y la pintura persiguen la misma cosa. El arte de escribir es la exhibición de la libertad de movimientos. La mano del calígrafo –del pintor- traza los ideogramas moviendo su muñeca como si se tratara de pasos de danza. En la cultura china, una pintura con caligrafía adquiere más valor que una pintura sin ella. Es más, con frecuencia, los cuadros son, en realidad, únicamente ideogramas: representaciones del arte de la danza, del ritmo, de la libertad. La caligrafía es el arte de danzar sobre el papel. Y de este arte de la caligrafía ofrece el museo diversas y bellas muestras. Algunos de los lienzos no han podido ser traducidos por tratarse de dialectos chinos ya extinguidos.
En las salas de Filipinas, un Santo Niño de Cebú, realizado en madera, oro y plata por un orfebre chino hacia 1760 por encargo de los misioneros Agustinos-Filipinos, reproduce la imagen original de este Niño –realizada únicamente en madera- que se conserva en la Basílica del Santo Niño de Cebú, propiedad de los mismos frailes. La talla original, símbolo de los Agustinos, la portaba Magallanes cuando recaló en Filipinas, allá por 1521, y se la regaló a una princesa de la isla que se encaprichó de la talla.
Y no podían faltar los kimonos japoneses en el museo. De entre ellos se puede destacar el “Kimono con cerezo en flor”. Realizado en el siglo XIX, está pintado y bordado en seda y oro. La prenda ofrece las tres artes más características del Japón: el arte textil, el de bordar y el de pintar. Representa el espíritu japonés: el kimono, la floración del cerezo, el renacer de la vida –las flores- en pleno invierno aún cuando parece que el árbol está totalmente muerto. Pero también advierte de lo efímero de la vida y la belleza, pues estas delicadas flores invernales pronto caerán abatidas por el viento. La flor del cerezo es, en realidad, corta como la vida del samurai. Una vida corta pero intensa que, sin embargo, ha merecido la pena, porque la flor y el samurai han luchado y vivido por algo.
Buda Sakyamuni, realizado en China en bronce.
Avalokitesvara, dinastía Ming (1368-1644). Se trata de uno de los santos del budismo, que aún preparándose para llegar a la categoría de Buda no logran alcanzar su objetivo.
Traje de dragones, bordado en seda, es del siglo XIX.
Colección de armas de Mindanao (Filipinas).
Marfiles hispano-filipinos: en este caso se trata de figuras para ser vestidas.
Armadura japonesa de hierro, laca, cuero y seda. Realizada en el siglo XVII.
Vitrina de marfiles chinos. Obsérvese en uno de ellos el detallado trabajo para representar escenas de una batalla.
Entre tantísimos objetos curiosos que alberga el Museo está la espada del general Jáudenes, que en nombre de España rindió Filipinas en 1898.
NOTAS. El museo está en el Real Colegio de PP. Agustinos, sito en paseo de Filipinos, 7 Valladolid. HORARIO: de 16 a 19 horas de lunes a sábados. Domingos y festivos de 10 a 14. Por las mañanas de días de entresemana sólo grupos concertados. Teléfonos 983 306 800 y 900
DE LA PIEDRA AL HIERRO: UN PASEO ENTRE PUENTES
Este artículo lo publiqué hace varios años, pero lo reedito, con actualizaciones, además de dar noticia de otros artículos en este mismo blog sobre los puentes Mayor y Colgante, que en estos momentos están en trámite de declararse Bien de Interés Cultural. La imagen de cabecera es un grabado del 1760 de Ventura Pérez. En él se ve la puerta de entrada que entonces había en la parte del barrio de la Victoria.
Cuando el Conde Ansúrez a finales del siglo XI recaló en la aldea que luego llegaría a convertirse en Valladolid, es seguro que el Pisuerga, río caudaloso, lo viera desde la orilla opuesta al barrio de la Victoria. Había venido con un pequeño acompañamiento de soldados y algunos leales vasallos para, mandado por su rey, repoblar tierras y pacificar las relaciones con los musulmanes. Ansúrez era muy apreciado por la corte y, además, dominaba el árabe, lo que le hacía idóneo para mantener relaciones diplomáticas con los sarracenos.
Necesariamente tuvo que ver el esplendor del Pisuerga a su paso por Valladolid desde esta orilla, pues a buen seguro tuvo que haber vadeado el río en tierras palentinas, donde su menor caudal y mayor estrechez permitiría cruzar las aguas, o por el puente de Cabezón de Pisuerga, de factura anterior al puente Mayor. Además tenía que reconocer el terreno de esta parte de Valladolid y parlamentar con la gente de Cabezón de Pisuerga, población de la que entonces dependía Valladolid, que entre el Pisuerga y las Esguevas ya daba noticias de su existencia desde hacía más de un siglo.
Luego vendría la construcción del puente que, evidentemente, no es el que ahora vemos, sino seguramente tuviera una primera construcción de madera que iría dando paso a otra construcción ya en piedra hacia el siglo XIII. Además, durante la Guerra de la Independencia se volaron algunos ojos del puente.
En cualquier caso tenemos, para comenzar un largo paseo, un puente de origen medieval (s. XI) que recibe el nombre de Mayor porque así se conocía por entonces al Pisuerga: río Mayor, acaso para distinguirlo de las pequeñas Esguevas y otros arroyos que correrían por la zona, como el río Olmos, que discurría por el actual barrio de la Rubia.
Cruzamos el río Mayor y nos dirigimos hacia la orilla derecha para, a la altura del edificio Duque de Lerma, bajarnos hacia la única pared que se conserva del antiguo palacio de la Ribera, sede veraniega de la corte a principios del XVII. A la altura de los restos de la antigua fábrica de luz, sitúa la historia (en cualquier caso por confirmar) que se hizo la primera inmersión de buzos en la historia mundial: el ingeniero Jerónimo de Ayanz (que por entonces residía en Valladolid) fue su inventor y asombró a la corte que, con Felipe III a la cabeza, acudió a dar fe de la hazaña.
Pasado el palacio de la Ribera de nuevo subimos al asfalto para, frente al edificio de Cruz Roja, volver a caminos en tierra por los que, de forma más o menos intermitente, llegaremos hasta el segundo puente que se levantó en Valladolid: el Colgante. Este puente es un emblema de la modernidad y fue una demostración del hierro como nuevo y desafiante material para la construcción.
Iremos pasando, por arriba o por abajo, todos los puentes que se fueron construyendo para ensanchar Valladolid en torno a la Huerta del Rey: Poniente (1954), Isabel la Católica (1956), y García Morato (1961) hasta llegar al puente Colgante que, levantado en 1865, es el lugar por donde cruzaremos de orilla para volver hacia el Mayor.
Los pies de las fotografías que acompañan esta propuesta de paseo ilustran algunas referencias que no debemos perdernos en este itinerario que, según lo que nos entretengamos en cada lugar, no llegará a dos horas (unos 6 kilómetros).
El verano es una de las mejores estaciones para pasear alrededor del Pisuerga, lleno de vida.
A la izquierda, boca por la que desemboca el canal de Castilla, y hueco en el que estaba instalado el ingenio de Zubiaurre (inmensa noria para abastecer el palacio de la Ribera), y detrás, pintado de verde, la antigua fábrica de harinas la Perla, ahora convertida en hotel.
La antigua fábrica de la luz.
Puente Colgante (o de Hierro) y al fondo la torre del Museo de la Ciencia.
Antes de cruzar el puente Colgante fijarse en el restaurante La Goya, uno de esos establecimientos veteranos, fundado en 1902.
Nada más pasar el puente Colgante, a la derecha, esta construcción tiene un gran pozo a su costado, pertenece a RENFE y es desde donde se abastecía de agua la estación de Valladolid hasta que hubo agua corriente en la ciudad. Esta es una foto de como estaba hasta hace muy poco tiempo, pues ahora se ha reconvertido en un restaurante.
Una de las plataformas que permiten entrar en contacto directo con el agua del Pisuerga.
Restos de las antiguas tenerías, donde se curtían los cueros.
La caseta de El Catarro, barquero mítico y popular ya fallecido. Esta es una foto antigua, pues la caseta, que aún está ahí, se ha pintado con los colores de la camiseta del Real Valladolid.
Restos del palacio de la Ribera, a la izquierda el barco de recreo que surca las aguas del río.
Lo que queda de las aceñas, antiguo molino que en el XIX ya estaba en desuso. Hace dos años se ha llevado a cabo un detallado estudio de estas aceñas con el ánimo de ponerlas en valor. Queda pendiente que, finalmente, quiere hacer el Ayuntamiento.
NOTA: En este mismo blog hay dos artículos que tratan sobre ambos puentes: Puente Mayor, un puente de leyenda, y Los puentes Mayor y Colgante, Bienes de Interés Cultural.