VILLACRECES, UN DESPOBLADO EN TIERRA DE CAMPOS

Villacreces, un pueblo deshabitado desde hace  cuatro décadas, recibe a los visitantes en los confines del norte de la provincia de Valladolid, aunque no es el único pueblo abandonado durante el siglo XX, pues al otro extremo, en el sur, junto a San Pablo de la Moraleja, Honquilana también está desierto desde los primeros años del siglo.

Paradojas de la vida, para llegar a Villacreces, ahora hay una decente carretera para salvar las vías del ferrocarril, donde antes apenas un mal camino pasaba por encima de los raíles.

Cuando se deshabitó  definitivamente tenía una treintena de casas y casi cincuenta bodegas. En los años 50 aún censaba 130 habitantes. Era un municipio que vivía del cereal,  del vino y de las legumbres. También tenía rebaños de ovejas. No fue tanto el problema de falta de trabajo, sino el tirón de la emigración hacia la industria y la falta de servicios en el pueblo: para todo había que salir del pueblo.

Los últimos habitantes se marcharon a Villada. No había agua corriente en las casas, el agua la cogían de pozos y de la fuente. Ahora el término municipal está agregado a Santervás de Campos.

Villacreces es un municipio antiguo. Su historia se remonta al siglo XI y sus pastos han sido codiciados. Pastores de Quintanilla que traían aquí sus rebaños  en el XVI pleitearon con Peñafiel por el uso de los pastos. Acabó siendo tierra de Peñafiel. Fue villa  en el XVIII. El valor de su trigo llegó a ser  referencia en la comarca. Unas 44 casas tenía a mediados del XIX. Con 230 habitantes comenzó el siglo veinte y mantuvo una escuela mixta hasta los años sesenta.

Desde Villalón de Campos se llega hasta la palentina Villada y atravesando Pozuelos del Rey,  al final de una carretera recién construida, se dibuja un paraje que impresiona sobremanera: un pueblo vacío, marrón de abobes,  ruinas recortadas sobre un horizonte casi infinito, quietud extrema, soledad absoluta, silencio.

Villacreces se ha constituido en un yacimiento de adobes: por todas partes  viviendas y tapiales corraleros  se han ido viniendo abajo. El barro y paja  que alguna vez abrigó a las gentes que  habitaban las casas se ha fundido con la tierra. No obstante, las fachadas y  paredes que resisten el paso del tiempo sin derrumbarse producen la apariencia de mantener, aún, el trazado de las calles.

Es un caserío de pequeña extensión, pero su recorrido da mucho de si. Todavía hay multitud de restos que dan fe de la vida que alguna vez tuvo. Un paseo atento por entre las casas ofrecerá objetos variopintos: un SEAT 600 abandonado, máquinas aventadoras inservibles, brocales de pozo, alguna pequeña rueda de molino, gastadas vigas de madera, restos de persianas y otros objetos domésticos,  las tripas de un palomar,  una puerta que aún crea la ilusión de cerrar el acceso a una casa…  En fin, testimonios de quienes antes habitaban  sus casas, recorrían las calles, cuidaban las bodegas y atendían los corrales que, de todas formas, se llevaron consigo cuanto de valor y utilidad pudieron.

Sólo una construcción se mantiene enteramente en pie: la torre mudéjar del siglo XVI. Cuadrada y de cinco cuerpos, abre en su parte más alta los arcos de medio punto donde se alojaban las campanas. Y, muy común en las construcciones mudéjares, se pueden apreciar a lo largo de toda la torre los agujeros en los que se instalaban los andamios que facilitaban su construcción. Mechinales, se llaman estos orificios. Hace unos años unos desalmados robaron  la última campana que quedaba. Ahora, la torre es morada de búhos y palomas. Próxima a la torre, también se mantiene en pie la fachada de la iglesia que se reconstruyó en los años 50. Una iglesia que en 1989 se desmontó mediante cadenas tiradas por tractores y sus ladrillos mudéjares se emplearon para restaurar el templo de Arenillas de Valderaduey. Otros ladrillos fueron a parar a Cuenca de Campos.

Al final del pueblo hay  muchas  bodegas cuyas entradas se han ido cegando con la tierra de las bóvedas que se van viniendo abajo. Es un lugar donde no se debe  caminar fuera de los senderos marcados, pues son numerosos los agujeros que se han ido abriendo, así como por el mal estado de las techumbres antes consolidadas con vigas de madera.

Y a las afueras del pueblo, un oasis en medio de Tierra de Campos. Eso parece la chopera y la profusa  vegetación que medran junto a las orillas de un riachuelo y una fuente de abundantes aguas. Un puentecillo salva el riachuelo y dos grandes pilones rebosantes de agua encharcan todo el entorno, verde, sombrado. Un lugar muy atractivo en verano al que suelen venir gentes de los pueblos de alrededor.