Desconozco cuando comenzaría la costumbre de instalar esculturas en los espacios públicos.  Probablemente cuando se empezó a urbanizar paseos, jardines y alamedas públicos allá por el siglo XVII. Quizá en ese momento el disfrute de esculturas dejaría de ser un lujo exclusivo de los nobles y burgueses en sus palacios y jardines: el palacio de la Ribera que se construyó en tiempos de Felipe III en lo que ahora es el barrio de Huerta del Rey, era notorio por sus esculturas.

Según  el historiador Javier Burrieza, el primer jardín o paseo público de España fue la Alameda de Hércules en Sevilla. De cómo era aquel jardín construido en 1574, el colegio de los ingleses San Albano, de Valladolid, conserva un cuadro de autor desconocido fechado en el primer tercio del siglo XVII. En él se representan una bella fuente y las estatuas de Hércules y Julio César. En Murcia también presumen del primer jardín público, el de Floridablanca, pero se remonta a 1634.

Lo cierto es que la segunda mitad del siglo XIX fue prolija en la erección de monumentos y esculturas. Que, además, tenían una función didáctica, tal como escribe José Luis Cano de Gardoqui García en su libro “Escultura pública en la ciudad de Valladolid”.

Sobre esto mismo escribió el insigne Juan Agapito y Revilla, que advirtió sobre  la necesidad de que el mobiliario urbano fuera bello.

Tenemos documentación sobre las que acaso sean las primeras esculturas que se instalaron en la vía pública y de las hablo en mi  libro “Fuentes de vecindad en Valladolid”. Una de ellas fue la que adornó la Fuente Dorada en el siglo XVIII. La fuente tenía un florero, unos delfines y una estatua representando la primavera. En la foto, una representación idealizada de cómo sería aquella fuente. El fotomontaje lo ha realizado el diseñador gráfico Alberto García.

Entre 1829 y 1835 se construyeron tres fuentes en el salón central del Campo Grande que tuvieron variados adornos: una estatua de Mercurio, una imagen de Neptuno y una representación de Venus (que parece que mostraba los pechos) que se mandó retirar por quejas de la opinión pública al mostrar su desnudez. Las estatuas se movieron de lugar. Es el caso que ya solo se conserva la de Neptuno casi escondida en una isleta del Campo Grande, tal como se aprecia en la fotografía.

Respecto al puritanismo de aquellos tiempos, también es notable el debate que en 1864 hubo en el Ayuntamiento cuando se estaba concluyendo la fuente que hubo en la explanada de San Benito, conocida como fuente del Cisne, que luego se trasladó a la pérgola del Campo Grande. El grupo escultórico formado por ninfas y cisnes se iba a rematar en color “carne”, pero aquello podía ser impúdico porque remarcaba la desnudez de las ninfas, así que se mandó que se pintaran de verde.

Pero si de puritanismo hablamos, también muy curioso fue lo que ocurrió con la estatua que se instaló en la Fuente Dorada en 1950. Una escultura que seguramente sería del siglo XIX y que estaba en el palacio de Villena. Solo duró tres años pues a su indefinición de que personaje se trataba: un dios Hermes o un dios inca, la estatua (de bronce) ofrecía un perfil que parecía que el personaje se estaba sujetando el falo. Total, que en aquellos tiempos de postguerra y acendrado puritanismo, hicieron que el Ayuntamiento la retirara. Inmediatamente después se la llevó para su pueblo el alcalde de Tamariz de Campos, donde sigue instalada.

Contadas todas estas curiosidades, propongo que nos demos un paseo por algunas esculturas que están ubicadas en discretos y escondidos lugares o que por su carácter más bien decorativo no se valora el carácter artístico y de autor que tienen. No pretendo presentar un inventario detallado, sino un propongo más bien un juego de ir “descubriendo” algunas de ellas.

Ya hemos hablado del dios Neptuno, pero si está escondida qué decir de esta, titulada Torso, semi oculta en un jardincillo del Instituto Zorrilla. Su autor fue profesor del Instituto: José Luis Núñez Solé.

En el acceso al aparcamiento del paseo Isabel la Católica han enjaulado esta escultura titulada Máscara, y realizada en 2002 por Pepe Blanco y Paco Roldán (José Alberto Blanco Parra y Francisco Roldán Arnal).

También en el paseo de Isabel la Católica, pero detrás del Archivo Municipal (iglesia de san Agustín), está instalada desde 2004  esta escultura de Jorge Oteiza titulada “Macla de dos cuboides abiertos”. Y otra obra hay, bastante apartada de la vista del público, en el jardincillo de la Fundación Segundo y Santiago Montes, en el número 9 de la calle Núñez de Arce. Titulada “Odiseo”, la donó el escultor a la Fundación en 2003 como prueba de la amistad que le unía con Santiago Montes.

Si nos vamos al  parque que hay detrás de las Cortes de Castilla y León, justo también detrás de la antigua Granja Escuela, hay una gran fuente de la que emerge la escultura de Fernando Guijar, cuyo carácter escultórico pasa un tanto desapercibido al parecer un adorno y no un trabajo de autor. Este escultor nació en Medina del Campo y ha realizado numerosas exposiciones en las más prestigiosas galerías de arte de Madrid (donde reside) y de otras localidades, como Valladolid.

Y sin movernos mucho del lugar, en la ladera de Parquesol que arranca en el Monasterio de Nuestra Señora de Prado, esta obra de acero cortén, “Subespacio triangular II”  es del arquitecto y escultor Primitivo González.

Si seguimos en Parquesol, justo delante del Centro Cívico sito en la calle Eusebio González, lo que parece una estructura de hierro puramente decorativa es, sin embargo, una obra de Felipe Montes Balsa titulada “Dolmendemon”, de 1994. Montes es profesor de la Universidad de Valladolid.

Seguro que pasa desapercibida esta “Vírgen de la Candelaria” que en realidad está a la vista de todos. Está instalada en la fachada del Colegio San Agustín en 1961. Su autor es el valenciano Vicente Rodilla Zanón.

Y si seguimos con fachadas, en 1982 se instaló en el edificio de Usos Múltiples de Huerta del Rey esta creación de Miguel Escalona que seguramente a la mayoría de las personas les parecerá un mero detalle decorativo. Escalona, vallisoletano, tiene, entre otras obras, tiene el grupo escultórico titulado “Mesta” al inicio de la calle Cañada Real.

Más que discreta, la ubicación de esta escultura de Feliciano Álvarez, que tiene numerosa obra en Valladolid y otras poblaciones como Barcelona o Palencia, podríamos decir que se hace prácticamente invisible, instalada en un jardincillo de la calle Doce de Octubre.

Y más escondida imposible es esta gran pieza elaborada en hierro titulada “Códice 4”. Se instaló en 1985 detrás de la Facultad de Ciencias Económicas del Paseo del Cauce. Su autor es Vicente Larrea Gayarre. Este escultor bilbaíno probablemente será de los artistas  que más escultura pública tiene en España.

En la entrada del edificio sito en la Plaza Madrid, de los antiguos sindicatos verticales (ahora ocupado por CC.OO. y la CVE), hay unos bajo relieves de Antonio Vaquero Agudo, que además de importante escultor fue profesor y director de la Escuela de Artes y Oficios de Valladolid.

Francisco López Hernández, madrileño que se formó con el maestro pintor y escultor Antonio López García y que tiene obra en importantes museos españoles y extranjeros, firma estos discretos relieves en la puerta de entrada del edificio de los Juzgados de la calle Angustias, del arquitecto Primitivo González.

En fin, como muestra ya está bien este paseo que nos hemos dado por las calles de Valladolid buscando arte “escondido”… y quedarían obras más que suficientes para darnos otra caminata por la ciudad.

6 comentarios en “PASEO POR ALGUNAS ESCONDIDAS ESCULTURAS

  1. Me parece interesantísimo el trabajo que has realizado Jesús. Hay sólo una escultura que no conocía. Tampoco me había detenido en la autoría de las obras. Gracias

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